La foto que me ha llamado la atención hoy llega de un país donde hay muchos revuelo y mucha protesta en las calles.

En una calle elegante de una ciudad elegante, con bicicletas amarradas en la acera, con bonitos árboles, con un asfalto cuidado, con bolardos para que los coches no abusen, en una calle elegante de una ciudad elegante un joven con un verdugo negro ha abierto un paraguas con el que intenta protegerse. Llueven pelotas, pelotas de goma.

El fotógrafo ha tenido la habilidad de captar el instante en que esas pelotas flotan en el aire dejando una estela de humo entre blanco y gris como cometas con una larga cola. Desde lejos unos cuantos vecinos, sin alterarse mucho, observan el chubasco de proyectiles.

El joven del paraguas levanta quejas, lastima el viento para dejar claro que está en contra. La policía quiere restaurar el orden, domeñar los excesos. Ya veremos de que lado queda la víctima. El joven del paraguas responde, reacciona, estimulado por lo que considera injusto. Aunque lleva pasamontañas sabemos que el justo que protesta reproduce en su cara los gestos del injusto.

La respuesta del agraviado se parece mucho al agravio sufrido, la solución para enderezar el entuerto es gemela al problema. El intento de poner en regla lo torcido tiene una extraña hermandad con la violencia que lo forzó. Entuerto, agravio, problema a menudo tienen la misma sangre que la supuesta solución, el supuesto desenlace.

En una calle elegante de una ciudad elegante, las protestas están ayunas de ese olor que tienen las cosas recién hechas, nuevamente vistas y oídas.