En 1973, hace ahora 50 años, llegó a los lectores occidentales Archipiélago Gulag, la obra magna del gran escritor ruso Alexander Solzhenitsyn, que dedicó 9 años de su vida a narrar el horror de los campos de concentración soviéticos. Este libro en el que no hay rastro de ficción, explotó como una bomba al desvelar el terror y las perversiones de un Estado totalitario al que una parte de la “intelligentsia” progresista de Occidente

se empeñaba todavía en presentar como una utopía humanista basada en la justicia. Otros, simplemente, preferían mirar para otra parte, ignorando los crímenes del estalinismo.

Archipiélago Gulag consiguió descorrer el velo que impedía a muchos contemplar la verdad de lo que había sucedido durante decenios en el país de la revolución bolchevique. Naturalmente, fue acusado de contrarrevolucionario, fue silenciado y sufrió humillaciones y desprecios no solo en su propio país, del que finalmente fue expulsado.

Este aniversario es una buena oportunidad de releer, o descubrir, la obra de este genial escritor ruso. Novelas como Un día en la vida de Iván Denisovich, Pabellón de cancer o El primer círculo, nos introducen en el drama de la historia rusa, pero más todavía, en la profundidad del alma humana, que Solzhenitsyn sabía retratar con una delicadeza y profundidad que conecta con la gran tradición de Dostoievski o Tolstoi.

Y no olvidemos el diagnóstico sobre la raíz del totalitarismo, que no le hizo especialmente popular en algunos círculos. Para él, la causa de la tragedia del comunismo en Rusia había sido el olvido de Dios, la pérdida de la fe cristiana como raíz vital de la existencia de las personas y las comunidades. Algo que también advirtió aquí, en Occidente, durante su amargo exilio.