Se acaba de celebrar la entrega anual de los Premios Bravo en torno a la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que celebraremos el próximo domingo.. El periodismo tiene sentido, en última instancia, porque la vida, con todos sus dramas, es un bien que merece ser comunicado. En este sentido, el Papa Francisco trajo a colación esta hermosa cita del beato Manuel Lozano Garrido, Lolo: “Abre pasmosamente tus ojos a lo que veas y deja que se te llene de sabia y frescura el cuenco de las manos, para que los otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante cuando te lean”. Para comunicar tenemos que hacernos cargo de la complejidad del drama humano, ir más allá de la apariencia, no ser prisioneros de la comodidad, de la opinión dominante, de lo políticamente correcto… intentar llegar al fondo último. El Papa nos invita a “desgastar las suelas de los zapatos” para no permanecer como espectadores externos de la historia que pretendemos contar, nos invita a mirar y a escuchar. Es lo que reflejaba el gran novelista católico Georges Bernanos, al explicar que prefería escribir “en los andenes y en los cafés, para descubrir en la mirada del desconocido que pasa, la justa medida de la alegría o del dolor”.

Otro gran maestro de nuestro ramo, el polaco Ryszard Kapuszinski, testigo directo de las grandes convulsiones del siglo XX, advertía con razón que “los cínicos no valen para este oficio”. La comunicación nunca es inocua: construye o destruye, cura o hiere, teje relaciones o las rompe. Por eso hoy me encomiendo, y encomiendo a mis compañeros, al carmelita holandés Tito Brandsma, recién beatificado, que como director de un periódico sirvió a la verdad y se opuso al lenguaje de la violencia del nazismo, pagando el precio de su propia vida.