“La paz de Jesús llega cuando todo parece hundirse, así actúa el Señor”. Con estas palabras se ha dirigido el Papa Francisco al pueblo congoleño congregado en el aeropuerto de Kinshasa para celebrar la primera Misa del viaje recién iniciado. A un pueblo acosado por muchas penalidades e incertidumbres, el Sucesor de Pedro le ha puesto delante las escenas de la mañana de Pascua y le ha pedido que no sucumba a la resignación y el fatalismo. En un mundo abatido por la violencia y la guerra, los cristianos tenemos que hacer como Jesús, proclamar el anuncio inesperado de la paz.

Y a continuación se ha preguntado cómo conservar y cultivar la paz de Jesús, señalando tres fuentes para alimentarla: el perdón, la comunidad y la misión.

El perdón. Jesús conoce nuestras heridas, también las de nuestra sociedad, heridas a veces infectadas por el odio y la violencia. Con Jesús siempre tenemos la posibilidad de ser perdonados y volver a empezar, y también la fuerza para perdonarnos a nosotros mismos, a los demás y a la historia.

La comunidad. Jesús entrega su paz a la primera comunidad de los apóstoles. Una comunidad amasada por el Espíritu Santo, en la que ya no domina lo que les separa, sino lo que los une. De esta forma la comunidad cristiana custodia la paz de Jesús y la comunica sin descanso.

Por último, la misión. Jesús envía a los suyos hasta los confines del mundo. Esto sigue vigente para los cristianos. Con el anuncio del Evangelio somos conciencia de paz en el mundo; no sólo conciencias críticas, advierte Francisco, sino sobre todo testigos del amor apasionado que Dios tiene por cada ser humano.

A esa gran caldera en ebullición que es la República Democrática del Congo, el Papa no lleva programas de transformación social, como San Pedro él no tiene oro ni plata, tan sólo el anuncio de Cristo resucitado que genera una dinámica nueva en la historia.