El reciente documento de los obispos españoles sobre persona, familia y sociedad concluye con una propuesta a la sociedad española en la que la Iglesia ofrece lo más precioso que se le ha regalado: la fe en Dios que nos vincula como hermanos, en Dios que podemos conocer a través de Jesucristo, el Señor y el amigo que ha roto el egoísmo que nos enfrenta, que nos ha dado su Espíritu para renovar todas las cosas. Esta fe, subrayan los obispos, convoca a la razón a buscar incansablemente la verdad, sostiene la esperanza frente a tantas dificultades y hace posible una nueva forma de amar. Con esa certeza proponen “un gran diálogo que supere la dialéctica de contrarios”, con unos puntos prioritarios para el bien común:

Primero, el apoyo a la familia abierta a la vida para generar sociedad, frente al elogio del individuo autosuficiente e independiente, con su estela frustraciones. Por eso proponen reformular el estado del bienestar en clave familiar, para llegar a una verdadera “sociedad de los cuidados”. Recuerdan que son las familias, situándose en el territorio, las que van haciendo sociedad y alumbrando comunidades políticas. Son esos vínculos desarrollados a lo largo de la historia los que nos permiten reconocernos como nación, en una diversidad de culturas y regiones.

Urgen a cuidar el trabajo, un asunto de extraordinaria importancia en tiempos de revolución tecnológica y energética. Proponen un diálogo social e institucional sobre la atención a las personas mayores, y una reflexión especial sobre la situación de los enfermos mentales y de las personas que los acompañan. Y apuestan por acoger a los inmigrantes con el agradecimiento y el realismo de quien ha conocido grandes emigraciones en siglos pasados. ¿Quién dice que la Iglesia en España no tiene una propuesta para caminar juntos, una luz para este momento convulso?