Hace unos días pude escuchar en Encuentro Madrid al filósofo francés Fabrice Hadjadj una preciosa reflexión sobre la relación entre paternidad y esperanza. ¿Por qué dar la vida a un mortal, sabiendo que el futuro es incierto, que puede ser infeliz, que tal vez se convierta en malvado…? A diferencia de los animales, los hombres necesitamos una razón para dar la vida. “¿Por qué tengo hijos?”, se preguntó Hadjadj: porque, aunque todo fuera destruido, existe la perspectiva de la Vida eterna, del Reino de Dios. Nuestros trabajos pueden parecer vanos porque les acecha la muerte, pero los gestos de amor son eternos.

Este intelectual francés de familia judía asentada en Túnez, converso al catolicismo tras su inmersión en la escuela republicana y en el clima familiar de extrema izquierda, afirma la necesidad de mirar al Cielo sin huir de la tierra, porque estamos llamados (desde Adán y Eva) a obrar en esta tierra, a cultivarla. “Aunque parezca que estamos en un callejón sin salida, aunque parezca que nos vamos a ahogar, tengo hijos porque creo en el Reino, y la historia se puede siempre reabrir… Quizás uno de esos hijos puede abrir un camino donde no lo había, como hizo Moisés al abrir un camino en el mar para que el pueblo pasara sin mojarse…”

En definitiva, el cristiano sabe que nunca estamos completamente desvalidos. Puede haber motivos para la desesperanza, pero él sigue trabajando, cultivando la tierra, teniendo hijos, ayudando al necesitado… Frente a quienes se dan a la fuga de tantas formas, seguimos haciendo cosas porque tenemos la Vida Eterna ante nosotros, y por eso, aunque mañana muramos, trabajamos, tenemos hijos, hacemos comunidad