Con una tenacidad incansable, el arzobispo Sviatoslav Shevchuk, padre y cabeza de la Iglesia Greco-Católica en Ucrania, prosigue cada día, y ya van 333 desde que comenzó la invasión rusa, enviando sus video-mensajes a su pueblo y a las personas de buena voluntad que quieran escucharlos en cualquier lugar del mundo. El sábado reclamaba nuestra atención diciendo: “queremos ser escuchados en todos los rincones del mundo, que la gente escuche que Ucrania está sufriendo, que Ucrania está llorando y nosotros estamos sufriendo”. Yo recojo hoy este grito y lo hago mío.

Y, sin embargo, el arzobispo no se queda atrapado en su dolor, ni permite que sus fieles se dediquen a lamerse las heridas. Su verdadera preocupación es “descubrir el sentido de nuestra existencia” a la luz del misterio de Cristo, dentro de las circunstancias dramáticas que a él y a su pueblo les toca vivir. En este mensaje habla del bautismo y de aquella misteriosa indicación de Jesús al maestro Nicodemo: “es necesario nacer de nuevo… nacer del agua y del Espíritu”. Para explicarlo, recurre a una predicación de San Juan Crisóstomo. “Imaginemos una copa de oro dañada; aunque se repare, el daño siempre será visible. Para eliminar cualquier señal de ese defecto hay que poner la copa de nuevo en el fuego, volver a fundirla y darle la forma de la misma copa, pero entonces ya será nueva. Tendremos la misma copa de oro, pero habrá sido sacada del fuego como nueva, habrá experimentado una nueva creación, un nuevo nacimiento”.

Todos estamos llamados a este renacer. Nuestro mundo necesita ser renovado en Cristo. El arzobispo Sevchuck se lo dice a los ucranianos que padecen bajo las bombas, pero nos sirve también a nosotros: necesitamos redescubrir nuestra profunda filiación divina. Porque sólo así encontraremos la fuente duradera de la justicia y de la paz en cada circunstancia de la historia.