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El recuerdo de una víctima de ETA: “Si mi hija hubiera estado con mi padre esa mañana, también habría muerto"

El padre de Charo Cadarso fue asesinato por la banda terrorista en Basauri

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Charo vive con su marido y sus tres hijos en el municipio de Calahorra, en La Rioja. Decisión que adoptó junto a su pareja cuando ella tenía 35 años, después de que el 14 de abril de 1981 la banda terrorista ETA asesinara a su padre en Basauri (Vizcaya), el teniente coronel de la Guardia Civil, Luis Cadarso. Unos meses antes del atentado, Cadarso había pasado a la reserva. Charo nos confiesa que el tiempo cura el dolor que aquello supuso, aunque sus consecuencias permanecen aún en la actualidad.

La vida del teniente coronel era tranquila tras su retirada: “Todas las mañanas salía con mi hija pequeña, que entonces tenía dos años. Yo me dedicaba a la docencia y mi marido era autónomo.” La mañana de aquel 14 de abril fue algo diferente, tal y como relata Charo: “Ese día en mi colegio daban una fiesta de final de trimestre, por lo que pedí a mi padre que trajera a mi hija, para que fuera conociendo el ambiente escolar.” Su padre accedió, y dejó a su nieta en el colegio. Se despidió y se marchó. Fue la última vez que Charo vio con vida a su padre. Minutos más tarde, los pistoleros Sebastián Echarriz, Letona Viteri, y Natividad Jáuregui le asesinaron mientras Luis Cadarso compraba el periódico, a 50 metros de su casa: “El jefe de estudios del colegio y un vecino me buscaron con la cara descompuesta. No necesitaba más explicaciones. Ya sabía lo que había ocurrido. Doy gracias a Dios que mi hija no estuviera esa mañana con mi padre, porque si no también le hubiera tocado. En esos tiempos ETA no miraba si había niños o no.”

Tras el atentado, el mundo se le vino encima a la familia. En los ochenta, ser víctima de ETA era casi un motivo de vergüenza. Tiempos en los que los familiares enterraban a sus muertos en silencio. Incluso la ubicación del velatorio era motivo de polémica: “El general no quería instalar la capilla ardiente en el cuartel. Finalmente fue enterrado en La Rioja.”

El teniente coronel Luis Cadarso aparecía desde hacía varios meses en las listas como amenazado por ETA. La familia nunca lo supo hasta después del atentado. En cualquier caso, Charo trataba de convencer a su padre de que se marchara con su madre a Cervera (La Rioja) para vivir más tranquilos: “No sabíamos nada, aunque le notaba más inquieto. Yo lo atribuía a la ola de atentados, casi diarios, que había por aquel entonces. Por eso, yo le pedía que se marchara del País Vasco. Él me contestaba que no tenía por qué marcharse, ya que no había hecho nada malo a nadie. No quería separarse de sus hijos y nietos.”

Pese al desconocimiento familiar, Cadarso sí compartía con sus compañeros de cuartel su preocupación, aunque de manera moderada: “Según me han contado luego sus compañeros, tenía asumido que si tenía que pasar, que ocurriera. Él no iba a hacer nada por evitarlo. Lo tenía asimilado. Como te digo, la lista de amenazados era inmensa, especialmente contra las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. El día que mataron a mi padre, también asesinaron a un ingeniero y a un teniente de San Sebastián.”

Las consecuencias del atentado, más allá del dolor, fueron traumáticas. La mujer del teniente coronel, que vivía en la misma calle que su hija Charo en Basauri, no pudo regresar a su vivienda con su hijo menor. Vivían en el tercero. En la sexta planta, se había instalado el comando informativo de ETA. Los encargados de emitir todas las señales a los pistoleros para matar al teniente coronel de la Guardia Civil: “Vivían una pareja y un padre junto a su hija pequeña, a la cual di clases en el colegio. Tras el atentado, jamás volví a verles. Mi madre y mi hermano pequeño se fueron de Basauri a otro pueblo de Vizcaya. Yo me quedé un año más. Aquello fue un infierno. El chófer nos cambiaba cada día de ruta para evitar que nos siguieran. A mi marido le miraban raro, porque al ser autónomo, todo el mundo le conocía en la zona.”

Charo aguantó aquella situación hasta final de curso, cuando decidieron marcharse a Calahorra, donde residen actualmente. Huyeron de Euskadi sin trabajo. Malvendieron sus propiedades. Empezaron una nueva vida con la discreción como seña de identidad: “Estábamos calladitos, sin explicar de donde veníamos ni por qué. Pero hubo episodios desagradables. Algunos vecinos nuestros nos llegaban a tachar de etarras por ser vascos y apenas relacionarnos con nadie. Sacar a mi familia adelante me ha costado mucho.”

Para los hijos de Charo, la muerte de su abuelo tampoco fue fácil. El mayor, Joseba, sufrió mucho por dentro durante ocho meses: “Fue quien más sintió la falta de mi padre, porque le llevaba al fútbol, al cine... Una tarde comenzó a llorar desconsoladamente. Mi hija mediana en cambio hablaba más conmigo lo que sentía. La pequeña no tiene recuerdos de aquello, porque solo tenía dos años, aunque le ha marcado también. Por suerte, en La Rioja nunca han tenido problemas con sus compañeros de clase y amigos. Tienen su cuadrilla a diferencia de su padre y yo, que no hemos hecho amigos aquí. En el País Vasco sí que teníamos nuestra cuadrilla.”

No obstante, el hijo mayor de Charo tuvo que vivir episodios desagradables posteriormente, como en la mili, cuando dos de sus compañeros pidieron abrir una botella de champagne cuando presenciaron en la televisión un atentado terrorista: “Mi hijo quiso tirar a uno de ellos por la borda. Hicimos bien en sacarles de Euskadi, porque no sé que vida hubieran llevado o qué ideas habrían tenido.”

La relación de Charo y su familia con el País Vasco, y más concretamente con Basauri, es inexistente. Charo no ha vuelto a ir desde la muerte de su suegra, ni siquiera cuando homenajearon a su padre: “No quiero pisar Basauri. En parte porque muchos de mis alumnos, que por aquel entonces tenían cinco años crecieron, y no quería encontrarme con comentarios desafortunados. Quizá fui cobarde.”

Charo no ha pasado por alto la detención hace unos días del que fue jefe de la banda terrorista, Josu Ternera. A su juicio, llega tarde: “Se podía haber detenido antes. Los asesinos de mi padre también vivían en Venezuela y en México, y se volvieron a España pensando que había prescrito. Por eso pudieron detenerlos y juzgarlos en 2005. Espero que Ternera también pague algo de todo el mal que ha hecho, aunque creo que no le va a dar tiempo”, lamenta Charo.

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