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La sorprendente respuesta de una madre cuando su hija invidente se rompió una pierna

Conocemos la historia de Lia Beel, la atleta ciega que pretende conquistar Dubái en el Campeonato del Mundo

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 12:17

Lia Beel nunca dejó que nadie le pusiera limitaciones pese a su discapacidad visual. Desde los 18 años, esta burgalesa de padre australiano reside en Madrid, donde estudió fisioterapia. A sus 24 años, puede presumir de ostentar la novena mejor marca del mundo en la categoría T11 de atletismo (discapacidad visual total). Desde el siete y hasta el quince de noviembre, Beel tratará en Dubái de imponer su ley en el Campeonato Mundial de Atletismo Adaptado en las pruebas de 400 y 200 metros, aunque nos confiesa que se conforma con quedar entre las ocho primeras: “Estoy un poco agobiada, con ganas de competir. La temporada está siendo larga”, afirma entre risas.

Su mirada ya está puesta en revalidar en Polonia el título como Campeona de Europa que ostentó en verano de 2018 en Berlín y participar en los Juegos Paralímpicos de Tokyo del próximo verano.

Como comentamos anteriormente, a Lia Beel le detectaron retinosis pigmentaria a los tres años: “Se me caían las muñecas al suelo y no era capaz de recogerlas”, recuerda. Con apenas cuatro años ya hacía uso de gafas, aunque con resultados no satisfactorios: “Comprobaron que no tenía todo el campo visual. Hice una vida normal hasta el instituto, cuando ya perdí mucha visión. Con 16 años ya no podía leer por mi misma”.

A los 18 años, cuando se marchó a la capital de España para comenzar sus estudios universitarios ya necesitaba de un bastón para caminar. Tres años después, se sumó el perro guía. Pero su idilio con el atletismo se inició con anterioridad, durante su adolescencia: “A mi el deporte siempre me gustó, y cuando pasé a Secundaria mis amigas se apuntaron a atletismo y yo también. Ya cuando crecí, descubrí los campeonatos paralímpicos, adaptados... y competía con personas con mi misma discapacidad”.

Pero llegar hasta la meta no es fácil para nadie, y menos aún para una persona con una limitación como la que padece Lia Beel, que requiere de una persona que ejerza como guía durante los entrenamientos y las competiciones: “Lo más difícil es encontrar en el deporte base a un guía que esté contigo sin remuneración, porque al principio yo no tenía beca ni patrocinadores. Poca gente se vuelca en estas condiciones”.

Lia Beel es una chica plenamente independiente excepto, curiosamente, cuando practica atletismo, donde tiene que someterse a la confianza de su entrenador y su guía: “Mi entrenador sabe sacar lo mejor de mí. La primera temporada que estuve con él me lesioné de la tibia y el peroné que me tuvo un año en el dique seco. Cosas que ocurren en el deporte. Y mi guía es fundamental, ya que es quien impide que me choque, hace que corra en línea recta...”

Correr sin ver es algo imposible para el común de los videntes. Para quien tiene ceguera, solo es posible con el guía. Lia Beel, como es lógico, ya está adaptada: “Si haces el ejercicio de poner el antifaz a alguien e intenta correr, le resulta imposible, pero porque no está acostumbrada a que le quites el sentido que utiliza todo el tiempo. En nuestro caso, al ser invidentes, con tener una persona en la que confiar es suficiente. Cuando competimos, la confianza en el guía tiene que ser máxima”.

Como suele suceder las primeras veces, los inicios de Lia Beel con un guía fueron complicados: “Fue una catástrofe, horrible. Pero a base de muchas horas de entrenamiento, ahora corremos los dos como un espejo”.

En su día a día, Lia se desenvuelve con normalidad en las tareas domésticas: “Cocino, limpio, elijo la ropa... Si quiero saber si los colores de un vestido combina lo pregunto a mi pareja o a mi madre”. Su problema está a la hora de limpiar los cristales, que generalmente deja churretones. Algo que su pareja le “afea” con sentido del humor.

La atleta se ha convertido en un referente de lucha y superación. Por ello, se permite la licencia de aconsejar a aquellos niños que padecen algún tipo de limitación física o psíquica: “Recomiendo que hagan deporte, y a las familias que no le pongan límites a sus hijos. Hay que dejarles que busquen sus propios límites y, si no lo logran, ya pedirán ayuda. A mi madre le dio miedo cuando a los 18 me fui a Madrid a estudiar, como a todas, pero yo, al ser discapacitada, aún más”.

A propósito de los miedos maternos, Beel ha contado una anécdota que tuvo a su madre de protagonista: “Cuando mi entrenador llamó a mi madre para contarle que me había roto una pierna en los entrenamientos, ella se quedó tranquila porque decía... “bueno, al menos no se ha caído por el metro”. Esa era la preocupación de mi madre, que al ser ciega, me cayera en el metro. Pero en seis años allí no me ha pasado nada”.

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