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La vida después de un accidente de tráfico: "Mi marido no pudo superar la muerte de nuestro hijo"

En 2018 tuvimos que lamentar la muerte de 1.806 personas en las carreteras de nuestro país

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José Melero Campos
@ImparablesCopeRedactor de COPE

Tiempo de lectura: 6'Actualizado 18 ago 2019

Estamos en unos días donde las carreteras son un ir y venir de vehículos con familias, parejas o grupos de amigos en busca de sus vacaciones, o quizá para volver ya de ellas y comenzar la rutina. Las recomendaciones de la DGT para viajar son conocidas por todos. Lo más importante es la precaución. En 2018, tuvimos que lamentar la muerte de 1.806 personas en las carreteras de nuestro país, y más de cien mil heridos de diversa consideración. En el primer semestre de 2019 han perdido la vida un total de 489 personas, 53 víctimas mortales menos que de enero a junio de 2018. Siguen siendo muchas. Siempre en los medios recogemos este tipo de cifras, que son frías, simples datos, pero muy pocas veces no fijamos en las historias humanas que hay detrás. Hoy vamos a poner el foco en personas que han sido víctimas directas o indirectas de un accidente de tráfico. ¿Cómo han sido sus vidas?

La vida ha sido muy cruel con Mari Ángeles. Perdió a su hijo en un accidente de tráfico el 23 de marzo de 2006. Cinco años más tarde, el dolor hizo que su marido se quitara la vida, tras no poder superar la pérdida de su hijo. Falleció mientras se dirigía a su puesto de trabajo. La carretera secundaria era bastante insegura. Durante el trayecto, se cruzó con un vehículo mal estacionado: “mi hijo consiguió esquivar el coche, pero justo después apareció un todoterreno en el carril por donde circulaba, produciéndose un choque lateral.”

El hijo de Mari Ángeles murió en el acto. Fue un familiar cercano quien trasladó la mala noticia a la familia: “mi hermana era médica, y nos lo comunicó. Es una noticia que nadie sabe cómo decir. Yo, con el paso del tiempo, he logrado canalizar todo el dolor ayudando a personas que han cometido infracciones al volante. Mi marido no fue capaz.”

El conductor del todoterreno iba hablando por el móvil en el momento del accidente. Sin embargo, no se celebró ningún juicio, ya que en 2006 hablar por el móvil no estaba castigado penalmente. Tampoco se le realizó control de alcoholemia.

Mari Ángeles tiene recuerdos muy amargos de aquello, como es natural. Además, ha confesado que a raíz del terrible percance, su familia se desunió: “fue un mazazo. Mis sobrinos, por ejemplo, que siempre venían a casa dejaron de hacerlo bajo el pretexto de que su primo ya no estaba. En lugar de unirnos todos, nos separamos. Con mi marido la cosa tampoco funcionó bien. En estos casos, el 90% de las parejas acaban por separarse con el tiempo.”

El marido de Mari Ángeles se quitó la vida. No pudo soportar la ausencia de su hijo: “él trabajaba fuera durante la semana. Los fines de semana solía venir si el trabajo se lo permitía, y en casa lo pasaba muy mal. Siempre responsabilizaba a nuestro hijo de lo que le ocurrió, diciendo que no tenía juicio.”

Mari Ángeles asegura que nunca se sintió culpable por lo ocurrido: “no tengo ese sentimiento. Los primeros años fueron horribles. Mi marido siempre se preguntaba cuándo se nos iba a quitar el dolor en el pecho. Pero esto no se supera. Yo las dos muertes las he canalizado apuntándome al colegio, impartiendo clases en la autoescuela para ayudar a que los infractores recuperen sus puntos de carnet...”

Pese al dolor, Mari Ángeles extrae un mensaje positivo de esta experiencia: “lo único bueno es que cuando llego a la autoescuela, la mayoría de los conductores que pierden el carnet están enfurecidos porque se piensan que el Gobierno solo tiene afán de recaudar mediante las multas, pero cuando les cuento mis vivencias, quedan impactados y se dan cuenta de que han cometido una imprudencia.”

Mari Ángeles echa de menos mayor concienciación en la carretera, especialmente entre los jóvenes: “se tienen que dar cuenta que un coche es una máquina de matar. Te puede quitar la vida o dejarte lisiado para siempre en un segundo.”

Iván sufrió un grave accidente el dos de diciembre de 1994

Fue en Toledo. A la hora de recordar el accidente afirma no acordarse de nada: “volqué el coche al salir de la vía y me golpeé la cabeza. Estuve quince días en coma inducido. El 17 de diciembre, que era el día de mi cumpleaños, desperté.”

Como consecuencia del aparatoso accidente, Iván quedó tetrapléjico. Tiene rota la sexta y séptima vértebra cervical. Sufre parálisis en las piernas y en las manos. Al despertar del coma en la UCI del Hospital de Getafe, fue consciente de lo que estaba ocurriendo: “no me sonaba nada el mobiliario. Lo primero que pensé es que la había liado. No podía mover ni mis manos ni mis piernas. Mi vecino es parapléjico y sabía lo que me estaba ocurriendo. También me preguntaba qué había sido de la que por entonces era mi novia, que me acompañaba en el coche. Por fortuna no le ocurrió nada.”

La recuperación de Iván fue complicada. Su tetraplejia hacía que los profesionales sanitarios del Hospital Nacional de Parapléjicos tomaran medidas traumáticas: “me vendaban las manos como un boxeador para cerrármelas. Eso es muy duro. Además, las pruebas médicas que tenían que hacerme por protocolo me impedían hablar durante varios días.”

Nuestro protagonista se ha repuesto de todas las adversidades, hasta el punto de que su recuperación ha sido mayor de la que los profesionales vaticinaban: “no me puedo quejar, tengo una vida plena con mi pareja. Practico deporte desde siempre y más después del accidente. He hecho todo lo que me he propuesto, incluso deportes que muy poca gente en mi estado ha podido hacer. Soy feliz.”

Nunca perdió el tiempo. Lo primero que hizo cuando se recuperó fue esquiar: “empecé con el esquí, luego hice esgrima, montañismo... además no di opción a mi familia a que eligiera u opinara por mí. Yo quería hacer cosas, y el deporte lo es todo. Los que ingresan en Parapléjicos mejoran su situación gracias al deporte. Los que lo ven todo negro tienen que entender que se puede salir adelante.”

Iván ha logrado unos índices de independencia muy grandes. Asegura no necesitar ayuda especial: “todo el mundo necesita algún tipo de ayuda para hacer determinadas cosas y en mi caso no es más que la media. Puedo hacer de todo. Algunas me cuestan más y otras veces es necesario algún tipo de adaptación o ayuda técnica pero no hay que estar pendiente de mí.”

Pese a su experiencia, Iván no le ha cogido miedo a la carretera. De hecho ha cambiado en tres ocasiones de vehículo con el que ha recorrido medio millón de kilómetros: “a la carretera hay que tenerle respeto. Si tienes miedo mejor no utilizar ni coche ni moto, de lo contrario pones en riesgo tu vida y la de los demás.”

Un mensaje que trata de transmitir en las charlas que imparte: “trato de inculcar dos ideas claras. La primera es qué significa tener una lesión medular y por otro lado que se puede llegar a vivir bien en silla de ruedas. Con otro colega hacemos también sesiones de deporte adaptado para que los chavales comprueben que se puede jugar con personas en silla de ruedas y que no tienen por qué excluirles.”

Juan José perdió las piernas tras un accidente de moto

La vida de Juan José cambió radicalmente el dos de enero de 1993, cuando tenía 29 años. Hacía buen tiempo en Granada pese a la época del año. Por ello, Juan José y su novia, de 22 años y hoy su mujer, decidieron pasar la tarde en Motril, junto al mar. De camino a la costa en su motocicleta, eran ajenos a lo que les depararía el destino. Durante el trayecto, atravesaron una curva sin visibilidad, para justo después toparse con una carretera inundada de gasoil que había esparcido presumiblemente un vehículo pesado, dado a la cantidad de charco en la vía, que cubría la anchura de ambos carriles. Aquello provocó que la moto derrapara. Al no poder esquivarlo, Juan José salió despedido hacia los guardarraíles. El impacto hizo que perdiera una pierna de manera inmediata y, trece días después, los médicos tuvieron que amputarle la segunda pierna. Por fortuna, su novia tan solo sufrió fractura en la tibia y el peroné.

Desde ese momento, Juan José inició una lucha por sobrevivir. Tuvo que dejar a raíz del accidente su trabajo como repartidor y músico durante los fines de semana: “emprendí una batalla que se prolongó durante once años, que fue el tiempo que tardé en adaptarme a la nueva vida.”

No fue una tarea sencilla. Desde el primer momento, el sufrimiento fue mayúsculo: “cuando desperté en la cama del hospital y vi el hueco en mis piernas, la sensación fue horrible. Muchas preguntas y ninguna respuesta. Durante los dos años siguientes, empecé a caminar con las prótesis. A día de hoy, es lo que me permite moverme y evitar, en la medida de lo posible, el uso de la silla de ruedas.”

Tras años de aprendizaje, de curar las heridas y de acudir de forma diaria a rehabilitación, 2004 marcó un punto de inflexión para nuestro protagonista, ya que volvió al mercado laboral, esta vez en el equipo de mantenimiento de la Universidad de Granada: “es cuando a mí mismo me convencí de que había tirar hacia delante. Me preparé unas oposiciones y accedí a la Universidad.”

Juan José complementa su empleo con su tarea en materia de seguridad vial. Mantiene una cruzada contra la existencia aún en la carretera de los guardarraíles, a los que atribuye la elevada tasa de fallecimientos entre los moteros: “judicialmente no me fue bien, ya que perdí el proceso contra los guardarraíles y, además, nunca pudimos localizar a quien esparció el gasoil en la vía.”

Pero, casi tres décadas después, Juan José optó por quedarse con lo positivo: “la vida me dio una segunda oportunidad. Eso es lo importante. Tenía todas las papeletas para morir, pero logré sobrevivir. Pude caer en depresión y dejarme morir sufriendo en silencio. Pero no lo hice, y hoy soy un hombre feliz.”

El motor vital de Juan José son sus dos hijos, de 19 y 11 años. El mayor es aficionado a las motos, al igual que su padre: “a mi me gustan más que a mi hijo. Él se sacó el carnet del coche y ya vendió la moto. No te voy a engañar, prefiero que coja el coche. Yo sí que continúo utilizando la moto, porque es lo que me permite desplazarme.”

Hoy, Juan José tiene 57 años. Es consciente que de manera progresiva irá perdiendo facultades, lo que le restará movilidad en el futuro, pero no es un problema que le obsesione: “yo estos años he hecho mucho uso de las manos y brazos. Eso me ha provocado tener articulaciones rotas, principio de artrosis...pero tengo muchas ganas de vivir, aunque sé perfectamente que irá a peor.”

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