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La vida eterna: el lugar de la verdad, de la bondad y de la belleza donde vivir amando y siendo amado

El periodista y sacerdote Josetxo Vera reflexiona en 'Siempre aprendiendo' sobre el tema de la muerte: la verdad de la vida

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Josetxo Vera
Twitter Josetxo Vera

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 14:13

La verdad es que ya han pasado Todos los Santos y también la fiesta de Todos los Difuntos y aquí quedamos los vivos, hablando de unos y de otros. En este tiempo de noviembre nos dedicamos a los difuntos y ponemos una mirada larga hacia los que ya han fallecido.

La verdad es que nuestra vida está inundada de personas que obvian el tema de la muerte o que han hecho de ella un mejor divertimento. Nos hemos hinchado estos días de cementerios, de flores, de lágrimas, de recuerdos y algunos se han llenado de trajes de muerte, de vampiros, de trucos y de tratos. Tampoco esto me parece la abominación de la desolación, quizás simplemente sea un divertimento banal que esconde, ridiculizando, un “temazo” de la vida que es la muerte.

El planteamiento es un poco simplista en estos casos porque las cosas existen no solamente cuando las piensas, sino que existen al margen de tu pensamiento. Puedes dedicarle cero segundos de tu vida a pensar a la muerte, pero está allí. Y tampoco existen las cosas según tú las sientes. Siempre nos han dicho durante estos meses que “vamos a salir todos juntos, más fuertes” pero no es verdad. Cada uno saldrá como pueda, algunos más fuertes, otros más pobres...el sentimiento no cambia la realidad.

Depende de lo alto que hayas puesto el desafío y tu pensamiento, más grande suele ser la bofetada. No quiero aguar la fiesta de nadie, pero así de entrada, por provocar, que sepas que de los que has visto hoy por la calle, no va a quedar ni uno. De todos esos que te caen mal, no va a quedar ni uno. De los que ves, en menos de cien años, no va a quedar ni uno. La muerte es una verdad de la vida. Morimos porque vivimos.

Otra persona podría decir que es verdad que todos vamos a morir, pero eso no va a pasar hoy. Y es verdad. Posiblemente eso no va a pasar hoy, pero ni eso lo tienes seguro. No puedes decir el tiempo que le queda a alguien. Basta que tengas unos pocos años para que recuerdes la sorpresa con la que recibiste la muerte de algún famoso conocido. En realidad seguro que también puedes recordar algún susto muy cercano que te conmovió, alguien que has visto hace poco tiempo con la cual te has reído y ya no está. Y por último puede que en nuestra alma haya algún dolor por la muerte repentina de alguien al que amabas, alguien que formaba parte de tu vida y que cuando murió sentiste cómo tu corazón se rompía.

Si esto no te ha pasado todavía significa que eres muy joven. Realmente el tema de la muerte es doloroso porque rompe con una aspiración profunda de nuestra misma naturaleza. Cuando definimos la naturaleza humana u de cualquier ser del universo seguramente allí está el deseo de una vida eterna y feliz. Eso es un deseo que está impreso en nuestra alma y que de algún modo no podemos obviar. Hay un dolor que compartimos todos los seres humanos: el dolor porque la vida se acaba. Aspirar a una eternidad vacía en el fondo es aspirar a la nada.

El sentimiento más profundo que tenemos es el instinto de sobrevivir, y por eso lo que nos rompe por dentro es una muerte eterna. Duele tanto que quienes no creen en la vida eterna se pasa la vida intentando huir de esa muerte. Quienes creemos vemos en la muerte un paso, pero quienes no creen solo entienden que esa muerte es eterna y por eso viven azotados por la vida.

En realidad, con ese agobio por estirar la vida todo lo que pueden, lo que están manifestando es que estamos hechos para una vida larga y feliz y no estamos hechos para la muerte. Nuestra naturaleza nos lo recuerda a poco que nos falte vida o felicidad que suele ser la mayor parte de nuestros días. Si alguien no aspirase a una vida eterna y feliz podríamos decir que estamos mal hechos y mi naturaleza me estaría llamando algo que no existe.


Este deseo de una vida eterna y feliz tan natural tiene un lugar y un tiempo que está más allá de este lugar y tiempo: la vida eterna. Por eso cada día que pasa, para los que compartimos este punto de vista que responde tan bien al deseo de nuestro corazón, estamos más cerca del comienzo. No caminamos hacia el final, sino hacia el comienzo de la vida eterna.

También es posible que haya gente que no quiera esto y haya cogido su naturaleza humana y la haya recortado en su aspiración. Gente que entiende que la única vida posible es esta y hay que exprimirla cada minuto. Esa aspiración a no vivir eternamente y que no brota del corazón, sino de una inteligencia metida en este tiempo, puede tener su origen en que quizás no hemos explicado bien la vida eterna. Creo que la vida eterna, bien explicada, es muy apetecible.

La vida eterna no es estar sin hacer nada toda la eternidad o haciendo lo que te gusta mucho. La vida eterna va de estar amando y siendo amado durante toda la eternidad. Si vemos la experiencia humana que mejor satisface nuestra naturaleza es el amor, que alguien te quiera. La eternidad es precisamente vivir amando y siendo amado para siempre. Esto, así explicado, es muy apetecible. No conozco a nadie que rechace el amor.

Somos capaces de oponernos a nuestra propia naturaleza y decir no a la vida eterna aunque creo que la mayor parte de las veces es que no nos la han explicado bien. Tres palabras aspiramos que nos satisfacen siempre: la verdad, el bien y la belleza. Tres realidades que nos llenan de paz el corazón. Cuando encontramos la verdad de algo, contemplamos un bien y admiramos algo que es bello. Es difícil aspirar a lo contrario, a la mentira o al mal. La vida eterna es el lugar de la verdad, de la bondad y de la belleza. El lugar de la vida plena que tanto echamos de menos aquí.


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