Los colegios diocesanos se vuelcan con sus alumnos y ponen en marcha campañas para hacer comunidad educativa

En todos los colegios diocesanos se está haciendo un seguimiento de los alumnos y de sus familias

Redacción Religión

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El parón educativo a causa de la pandemia del coronavirus ha supuesto una ruptura abrupta con las rutinas diarias y una asunción de nuevas formas de ir al cole sin período de transición de por medio. Y no es solo una cuestión de adaptación curricular y formativa. Inmaculada Florido, delegada episcopal de Enseñanza, señala que las diferentes realidades de los centros escolares diocesanos y de sus familias están obligando a desarrollar el ingenio para que el confinamiento en las casas no suponga una traba en la atención de necesidades básicas.

Es el caso del colegio María Cristina, en el que hay 60 niños en situación de renta mínima de inserción (aquellos que viven en familias cuyos ingresos no llegan a la mitad del salario mínimo interprofesional) que en condiciones normales tienen cubiertos todos los días los gastos de alimentación e incluso se llevan la merienda a casa. Pero para estas familias, el cierre del colegio ha supuesto un grave perjuicio en su alimentación. Fausto Marín, director del colegio San Bernardo y en estrecha colaboración con el María Cristina, ha coordinado un servicio para garantizar el alimento de estos chavales en el tiempo de parón: «No podíamos dejar a estos niños, que tienen entre 6 y 12 años, sin comida. Es tarea de la Iglesia, tenemos que mostrar el rostro de Jesucristo». Dos días a la semana les entregan bolsas de picnic (cuatro un día y tres otro) con las que cubren los siete días. «Hemos logrado localizar a 30 de los niños; los otros, quizás, estén con otros familiares distintos», explica Marín.

Estas realidades son las que Florido resalta para explicar que las oportunidades de acceso a las clases a través de internet o a los ejercicios no son iguales para todos: «Hay niños que, porque sus padres tienen que seguir trabajando, están en casa de los abuelos, donde quizás no tienen ni ordenador, o bien se quedan solos en la suya». O viviendas en las que solo hay un dispositivo para toda la familia, «y los padres tienen que teletrabajar, los niños acceder a los deberes…». La brecha de formación y de recursos en las familias, unida a la preocupación por los alumnos de zonas «muy populares y deprimidas con sistemas familiares precarios», lleva a la delegada episcopal a reflexionar acerca de qué pasará una vez se vuelva al colegio, porque entonces será «significativa la diferencia entre los niños que han tenido un apoyo familiar y recursos técnicos y los que no». Por eso, plantea si en estos tiempos no sería más interesante «ayudar a los chicos a preguntarse el sentido que sigue teniendo la vida cuando la vida se para, a poner nombre a lo que sienten y a lo que les acontece, a lo que piensan, más que seguir aprendiendo matemáticas».

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Crear comunidad

En cualquier caso, en todos los colegios diocesanos se está haciendo un seguimiento de los alumnos y de sus familias, en muchas ocasiones mediante llamadas telefónicas directas, y se han puesto en marcha campañas para hacer comunidad educativa. Los equipos docentes han grabado vídeos de aliento para sus alumnos, y a los niños se les invita a que compartan su día a día en este período tan peculiar.

También hay iniciativas personalizadas, como la del colegio Nuestra Señora de las Delicias, que ha creado un hashtag, #DeliciososEnCasa, para compartir propuestas de actividades para estos días e ideas facilitadas por las carmelitas de Cádiz para vivir estos momentos con paz. O el proyecto #YoMeQuedoEnCasaSB, del colegio San Bernardo, que ha lanzado el reto "El lado positivo de quedarse en casa" para que los niños plasmen en dibujos o composiciones esta idea que se ha hecho universal.

En el colegio San Eulogio, por ejemplo, se invita a participar en un seminario online para formarse en relaciones entre padres e hijos o a leer algunas orientaciones psicológicas para encarar el confinamiento. También hay ejemplos de alto desarrollo en innovación tecnológica, como las clases en línea que está impartiendo el colegio San Ignacio de Loyola.

Los centros diocesanos de Educación Infantil tampoco se olvidan de sus niños. El seguimiento a las familias es frecuente y en algunos casos se les facilita a los padres contenidos adaptados a la edad de sus hijos, como ejercicios de psicomotricidad o pautas para estimular a niños tan pequeños en casa.

Se trata de actividades y campañas desarrolladas con entusiasmo por parte del profesorado porque, como concluye Inmaculada Florido, en estos días se trata de «ser profetas de la esperanza».

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