La figura de San Pedro Poveda, pedagogo y mártir que fundó la Institución Teresiana

Sacerdote prudente y audaz, pacífico y abierto al diálogo, entregó su vida por causa de la fe en la madrugada del 28 de julio de 1936

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Hoy, 28 de julio, la Iglesia recuerda la figura de San Pedro Poveda Castroverde, sacerdote que, preocupado por la difusión evangelizadora de los cristianos en el mundo, principalmente en los campos de la educación y la cultura, fundó la Institución Teresiana.

Al comienzo de la persecución contra la Iglesia en tiempo de guerra, fue asesinado por quienes odiaban la religión, ofreciendo a Dios un claro testimonio de su fe. Nació en Linares (Jaén) el 3 de diciembre de 1874. Ya de niño sintió atracción por el sacerdocio. Ingresó en el seminario de Jaén y concluyó los estudios en el de Guadix, diócesis en la que recibió el presbiterado en 1897.

Comenzó su ministerio en el seminario y en la atención pastoral a los que vivían en las cuevas que rodeaban la población, creando una escuela para ellos. Después de su experiencia apostólica en Guadix entre 1901 y 1905, atravesó España de Sur a Norte, y en el Santuario de la Virgen de Covadonga, entre la Cueva y la basílica, como canónigo de aquel cabildo, como sacerdote cercano a los peregrinos y como joven de su tiempo inquieto por los enormes problemas relacionados con la educación en la España de aquellos años, pudo profundizar en la importancia de la función social de la educación y en la necesidad de que los maestros estuvieran bien preparados y vivieran su fe de un modo coherente y responsable.


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La fundación de la Institución Teresiana

Nombrado canónigo de Covadonga se ocupó de la formación cristiana de los peregrinos y comenzó a escribir libros sobre educación y la relación entre la fe y la ciencia. Con este convencimiento y “orando a los pies de la Santina”, abre en Oviedo el primer centro dedicado a poner en práctica su idea. Lo llamó “Academia”, lo situó cerca de la Escuela Normal de maestras y lo puso bajo el patrocinio y la titularidad de Santa Teresa de Jesús.

A partir de 1911, con unas jóvenes colaboradoras, comenzó la fundación de Academias y Centros pedagógicos que darían inicio a la Institución Teresiana. Se trasladó a Jaén para consolidar la misma Institución que recibiría allí la aprobación diocesana y después, estando él ya en Madrid como capellán real, la aprobación pontificia.


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Su martirio en Madrid

En la capital de España, con más y mejores posibilidades para el impulso y desarrollo de la Institución Teresiana, se integró en la vida social, apostólica y eclesial de la ciudad, formó parte de la Comisión Central contra el analfabetismo, de la Hermandad del Refugio, coordinó asociaciones de estudiantes católicos y de padres de familia católicos, siguió impulsando y configurando la Institución Teresiana y empeñándose en la formación cristiana, humana y profesional de sus miembros, muchos de ellos dedicados a realizar su trabajo en puestos de carácter público.

En los últimos años de su vida Poveda insistió en la no violencia como método para solucionar los conflictos. “No hay que hacerse ilusiones - escribía en 1935 -, la mansedumbre, la afabilidad, la dulzura son las virtudes que conquistan el mundo”. El 27 de julio de 1936, con 61 años y cuando acababa de celebrar la Eucaristía, fue detenido en su casa en Madrid. No ocultó su identidad como "sacerdote de Jesucristo”. A la mañana siguiente encontraron su cadáver protegido por el escapulario de la Virgen del Carmen.

Sacerdote prudente y audaz, pacífico y abierto al diálogo, entregó su vida por causa de la fe en la madrugada del 28 de julio de 1936, identificándose -«soy sacerdote de Cristo»- ante quienes le conducirían al martirio.


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Las palabras de San Juan Pablo II

Fue beatificado el 10 de octubre de 1993, y canonizado el 4 de mayo de 2003, en España. En homilía de la misa de canonización decía San Juan Pablo II:

“San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación, realizó una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y carentes de recursos. Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su existencia con la corona del martirio.


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