El día a día en Venezuela: Yeny se vio obligada a abandonar sus tres perritos para alimentar a su hija

La joven venezolana tuvo que abandonar su país en 2017 junto a su hija de cinco años 

José Melero Campos

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Yeny se vio obligada a abandonar Venezuela en 2017, hace más de dos años. La situación era insostenible. Conseguir alimentos y medicina era una tarea imposible. Yeny trabajaba en un hospital del país latino. Apenas disponía de recursos para atender a los pacientes. Su salario en el centro de salud no le daba para vivir: “No podía mantener a mi hija pequeña que ahora tiene cinco años”.

Se marchó en un primer momento a Perú junto a su amiga. Ambas compaginaban su actividad laboral con el canto en las parroquias para la misión de proclamar la palabra de Dios. Cuando llegaron al país vecino, se pusieron a disposición de una de las parroquias del sur de Lima. Fueron recibidos por el obispo y el Padre Amadeo. Ambas trabajaron un año y medio para la Iglesia. Luego, le ofrecieron trasladarse a nuestro país, a Madrid, donde se encontraba su compañero Armando, que actuó como intermediario: “En Perú también existe mucha xenofobia y no pudimos encontrar un empleo estable. Ganábamos unos mil soles, pero nos redujeron el sueldo a la mitad. No podíamos pagar el alquiler o el colegio de mi hija”.

El 17 de noviembre de este año llegaron a Madrid, donde la acogida ha sido muy diferente respecto a Perú: “Nos han ayudado mucho sobre todo con el abrigo, porque no estamos acostumbrados a tanto frío. Nos han proporcionado comida, un hogar, juguetes para la niña... Todo ha sido gracias a la parroquia de La Elipa, donde realizamos algunos trabajos como cantores en las parroquias”.

No obstante, conseguir un puesto de trabajo se antoja imposible en la actualidad, ya que Yeny no cuenta aún con los documentos pertinentes: “Nos mantenemos con alguna donación, vendemos algunos discos que hemos grabados desde 2001 con la misión. Nos hemos mantenido. Trabajamos para Dios”.

Pero su situación ha cambiado. Encara el futuro con optimismo, después de haber padecido la pesadilla venezolana: “Justo el día en el que recibí mi pago salarial, fui al mercado y solo me alcanzó para comprar un paquete de galletas. Tenía unos perritos que abandoné porque no podía mantenerlos. Llegué a casa llorando, y busqué una solución para cuidar a mi hija. Saqué de mi casa todo lo que tenía para venderlo en la calle y recaudar dinero para marcharme a la frontera”.

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