Carta del obispo de Astorga: «Adviento, tiempo de esperanza»

Jesús Fernández nos recuerda que la esperanza que nace del Evangelio no consiste en esperar pasivamente, sino en realizar hoy de manera concreta la promesa de salvación de Dios

Jesús Fernández González

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Un nuevo año litúrgico llegue de la mano del Adviento, un tiempo de gracia para disponernos a acoger a aquel que vino, viene y vendrá. Durante todo este tiempo que concluirá con la Natividad del Señor, los cristianos estamos invitados a cultivar la virtud de la esperanza, una esperanza que viene justificada por la fidelidad y el amor de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Transitamos tiempos que muchos califican de desolación. Efectivamente las sucesivas crisis encadenadas a partir del año 2008 están causando graves estragos en la humanidad en forma de hambre, de escasez de recursos materiales, conflictos bélicos, crispación social, populismos, mala situación sanitaria, relativismo práctico… Las palabras del Papa Francisco son especialmente iluminadoras: “estamos dentro de una historia marcada por tribulaciones, violencia, sufrimiento e injusticias, esperando una liberación que parece no llegar nunca. Jesús quiere abrirnos a la esperanza, arrancarnos de la angustia y el miedo frente al dolor del mundo. La esperanza del mañana florece en el dolor de hoy. Precisamente en medio del llanto de los pobres, el reino de Dios despunta como las tiernas hojas de un árbol y conduce la historia a la meta, al encuentro final con el Señor.”

Damos la bienvenida a este tiempo de esperanza sostenida por el Dios que vendrá, precisamente en la liturgia de la primera etapa del Adviento nos recordará su llegada solemne al final de los tiempos. No sabemos ni el día ni la hora, pero sabemos que no faltará a la cita. Con él llegará también la esperanza, puesto que, vencidos todos los obstáculos, el último el de la muerte, también será derrotado con su auxilio.

Además, hartos de una injusticia que nos resulta invencible, esperamos que el juez justo haga justicia. Verdaderamente, como afirma San Pablo, un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza. Lo reafirma también el Papa Benedicto XVI cuando dice: “solo Dios puede crear justicia y la fe nos da esta certeza. Él lo hace. La imagen del juicio final no es, en primer lugar, una imagen terrorífica sino una imagen de esperanza.”

En la fase final de este tiempo, volveremos la mirada hacia el Señor que vino a visitarnos hace 2000 años. Su nacimiento, en pobreza y humildad, ha dado comienzo al supremo momento del amor y entrega de Dios a la humanidad que llegó a su culmen en la muerte de Jesucristo en la cruz. También ha puesto en pie a la esperanza, una esperanza que no defrauda puesto que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Efectivamente, en Cristo, Dios se ha hecho cercano a la humanidad y nos ha prometido no abandonarnos nunca. A través de la presencia y la acción del Espíritu Santo, a través de la presencia y la acción mediadora de la Iglesia, el Señor sigue cerca de nosotros, nos acoge, nos perdona, nos alimenta, nos fortalece, nos consuela.

El filósofo Gabriel Marcel distingue la espera de la esperanza. Por ejemplo, uno espera la llegada del tren y desde luego nada puede aportar para que se produzca a la hora. Por el contrario, la esperanza, aunque es un don de Dios, tiene un componente activo, supone un compromiso humano. Dios viene a nosotros, sigue viniendo a nosotros, pero el encuentro con él no se producirá sino cultivamos la vida espiritual, ni ayudamos al hermano. En palabras del Papa Francisco, se nos pide que alimentemos la esperanza del mañana, aliviando el dolor de hoy.

La esperanza que nace del evangelio, no consiste en esperar pasivamente sino en realizar hoy de manera concreta la promesa de salvación de Dios. La esperanza cristiana es construir cada día, con gestos concretos, el reino del amor, la justicia y la fraternidad que inauguró Jesús. No fue sembrada por el levita o por el sacerdote, fue sembrada por un extraño, por un samaritano que se ha parado y ha hecho el gesto.

¡Qué Dios os bendiga!

+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga


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