Carta del obispo de Osma-Soria: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado»

Abilio Martínez nos recuerda que con el Adviento la Iglesia quiere despertarnos para que no reduzcamos los días navideños a una celebración centrada en el comer y el beber

Abilio Martínez Varea

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Nos adentramos en el Adviento como un tiempo de alegría, a la espera de la Navidad. Nos disponemos, un año más, a recordar y a celebrar el hecho más importante de toda la historia de la humanidad que ha cambiado el devenir de los tiempos. Hace más de dos mil años, Dios se encarnó en un ser frágil, pequeño e indefenso: un niño. Un niño que nació pobre y que murió pobre, pero que con su sacrificio y entrega nos ha dado la mayor de las riquezas: ser hijos de Dios por adopción. Este es el misterio de la Encarnación que cada Navidad vuelve a sorprendernos y a emocionarnos. Ya que gracias a Dios que se hace niño, nosotros alcanzamos la salvación, porque Él es el Enmanuel, el Dios con nosotros.

Para los cristianos la Navidad es importante. Y con el Adviento la Iglesia quiere despertarnos para que no reduzcamos los días navideños a una celebración en la que el foco se ponga exclusivamente en el comer y el beber. Damos comienzo al Año Litúrgico con el Adviento para prepararnos con alegría y esperanza al nacimiento de Dios. Este tiempo de Adviento se convierte así en el momento propicio para acoger al Señor mismo en nuestro interior, disponiéndonos por dentro para su venida, dejándole sitio para que nazca en nuestro corazón y también velando para que descubramos a Cristo en la palabra, en los sacramentos, en los pobres… Muchas veces, estamos tan llenos de nosotros mismos y vivimos tan enfrascados en nuestras propias cosas, que no tenemos espacio para Dios y, en consecuencia, tampoco para las necesidades de los demás.

El Papa Francisco en el rezo del Ángelus el 1 de diciembre de 2019 explicaba que “velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto a donar y a servir”. Por esta razón añadió: “El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de instaurar relaciones genuinamente humanas, de hacerse cargo del hermano solo, abandonado o enfermo”. Estas palabras nos indican el camino que debemos seguir a lo largo de este Adviento: ocuparnos y preocuparnos por los demás. No solo de aquellas personas que, desgraciadamente, cada vez en mayor número, tienen necesidades económicas sino también de aquellos ancianos, enfermos, personas que viven en soledad o que simplemente necesitan de nuestro consuelo.

La Navidad es un tiempo en el que nace la esperanza porque nos llega la Luz de las gentes. Ahora vivimos en espera, sumidos en las tinieblas y en las oscuridades de nuestros miedos e inseguridades. Llegará esa Luz el día que Cristo nazca en nuestro corazón. Por eso, tenemos que prepararnos para acoger esta presencia viva de amor infinito que es Dios. Esta preparación tiene dos dimensiones unidas de forma inseparable: el amor a Dios y el amor a los demás.

Para la primera de estas dimensiones, el amor a Dios, tenemos una fórmula que nos ayudará a despertar de nuestro aletargamiento cotidiano: la oración. Rezar es hablar con el Señor, es ponerte en sus manos y dejarle que te hable. A veces pensamos que tenemos que decirle muchas cosas a Dios, sin darnos cuenta de que también tenemos que escuchar lo que Él nos dice. Jesús nació en el silencio de la noche, sin ruidos, sin estruendo. Hagamos nuestras tareas ordinarias con un mayor sentido de la presencia de Dios, ya que en lo pequeño y silencioso ahí está el Señor.

Para la segunda de las dimensiones, el amor al prójimo, tenemos una fórmula infalible: la caridad cristiana y el compromiso. Cuando ayudamos a los otros, escuchamos o simplemente sonreímos pacientemente, ya estamos ejercitando ese amor que es más que un mandato. Es la esencia misma del ser cristiano. No se ama por obligación ni por imitación. Se ama porque no hay otra posibilidad de ser hijo de Dios.

En la Misa con los nuevos Cardenales el diciembre pasado, el papa Francisco dijo: “El Adviento nos recuerda que Jesús vino a nosotros y volverá al final de los tiempos, pero nos preguntamos: ¿De qué sirven estas venidas si no viene hoy a nuestra vida? Invitémoslo. Hagamos nuestra la invocación propia del Adviento: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20)”. Queridos diocesanos, hagamos lo que nos recomienda el Papa y digámosle a Jesús que venga. Podemos hacer esta invocación al principio de cada día, o en los momentos de dificultad: Ven, Señor Jesús.

Que María, la Virgen orante y Madre de la Esperanza nos guíe en este camino de Adviento, ayudándonos a dirigir nuestra mirada hacia lo alto, a espera del nacimiento del Señor. Con mi bendición y afecto os deseo una feliz y próspera Navidad.


? Abilio Martínez Varea

Obispo de Osma-Soria


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