Lo mío empezó en Roma

La asamblea de delegados diocesanos de medios en Roma, hace un año, fue una cura de humildad para esta informadora

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Cuando se publiquen estas líneas acabará de celebrarse en Madrid la Asamblea de delegados diocesanos de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social o, lo que es lo mismo, la reunión anual de los plumillas y juntaletras de los obispados españoles. Algo así como el momento en que quienes nos encargamos de “comunicar Iglesia” nos vemos las caras.

Cuando estas líneas se carguen en los circuitos digitales de Internet se habrá cumplido también un año de mi primera asamblea, reunión o ‘cara a cara’ con el resto de los compañeros de España. Aquella se celebró en Roma y, que me perdone Rodrigo Pinedo, mi compañero de pupitre en este balcón de Cope Religión: Madrid está bien, pero “necio es quien admira otras ciudades sin haber visto Roma”, que dijo Petrarca.

Tiempo habrá de informar y de que tengan la oportunidad de conocer lo que han dado de sí estos días de reflexión, propuestas y conclusiones en la calle Añastro (les avanzo que ha sido mucho y bueno), pero quisiera remontarme ahora al poso que dejó en mi recuerdo la experiencia de mi aterrizaje inicial en la Ciudad Eterna. Y no solo por la suerte que tuve de estar al ladito del papa Francisco, que no es precisamente algo que me suceda varias veces al mes. Tampoco por poder tomar asiento en la Sala Stampa y dialogar con sus entonces portavoces, Gregg Burke y Paloma García Ovejero (¡qué presentes os hemos tenido todos nosotros a los dos en este cambio de ciclo, compañeros!), que sin duda también. O por aquel entrañable encuentro con los corresponsales Antonio Pelayo (vallisoletano, de los míos), Eva Fernández, Javier Martínez Brocal y Darío Menor, que fue un auténtico placer… Ni siquiera por las constructivas sesiones formativas que recibimos en aquellos días.

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Tampoco fue por la no por muchas veces visitada menos impresionante Basílica de San Pedro. Como a muchos nos sucede casi siempre, lo que más me impresionó de la estancia en Roma, fueron las personas que conocí, las que me acompañaron y aquellas con las que me reencontré. Las personas, un término entre cuyas acepciones está la de ‘hombre o mujer prudente y cabal’ y, por supuesto, inteligente. Los comunicadores de la Iglesia y su contagioso entusiasmo. La fe y la entrega de mis compañeros. Su compromiso por comunicar la Buena Noticia y su convicción en la trascendencia de la empresa que tenemos entre manos.

Aquel viaje de hace un año fue una cura de humildad para esta informadora, todavía un poco damnificada por dos décadas de experiencia en el periodismo de lo que parece urgente pero no es tan importante. Un trabajo sometido a intereses a veces legítimos y a veces algo espurios, condimentado con jornadas maratonianas que, al final, lejos de devolverte a casa con la satisfacción del deber cumplido, te dejan vacía.

¡Qué gozada haberos disfrutado de nuevo en Madrid!

Gracias, compañeros.

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