El asombroso testimonio de una enfermera de Bérgamo: "Todavía no hemos comprendido lo que hemos vivido"

«No os olvidéis de nosotros», pide Barbara Valle, enfermera de la UCI del hospital Papa Giovanni XXIII de Bérgamo

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Aunque parece que el pico de la emergencia ha pasado, la situación en el foco del COVID-19 en el norte de Italia sigue siendo difícil. «Hemos puesto el corazón, las manos, la cabeza y el alma en salvar vidas». Barbara Valle tiene 34 años recién cumplidos, y trabaja desde hace siete en la UCI del hospital Papa Giovanni XXIII de Bérgamo (Italia), que en esta emergencia causada por el coronavirus se ha vuelto familiar para todos.

Una institución que en pocas semanas convirtió su UCI en la más grande de Europa, pero también el lugar del que se han visto salir muchos ataúdes en camiones del Ejército. La vida y la muerte conviviendo juntas entre las paredes del hospital; sonrisas y lágrimas de abatimiento bajo los equipos de protección de los enfermeros; la imposibilidad de parar porque ninguno se lo podía permitir.

«Todavía no hemos comprendido lo que hemos vivido», comparte Barbara. «Se requerirá tiempo para entenderlo. Lo iremos elaborando más tarde con calma porque ha sido muchísimo y todo junto. La emergencia del coronavirus es la experiencia profesional más fuerte que he vivido bajo cualquier punto de vista. Nuestro trabajo no es solo una profesión, como ha recordado Francisco en su mensaje» del pasado 12 de mayo con motivo del Día Internacional de la Enfermería. «No implica solo protocolos, sino relaciones humanas y humanizadoras».

Por ello, esta enfermera se ha sentido muy interpelada por las palabras del Papa. «Fueron hermosísimas y consoladoras. Definirnos como “santos de la puerta de al lado” significa encomendarnos una gran responsabilidad. Muchos nos han llamado “héroes”, pero hemos hecho nuestro trabajo y espero que la gente no lo olvide cuando todo haya acabado, porque seguiremos siendo los mismos que hoy».

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La señal de la cruz en la frente

Entre las tareas en las que debe esforzarse una enfermera se incluye estar siempre preparada para cualquier eventualidad. Y en este caso «no estábamos preparados. El virus nos ha puesto cabeza abajo. Pero cada día nos poníamos a estudiar, a repensar nuevos enfoques. No nos hemos guardado nada de nosotros mismos, siempre estábamos ahí».

Barbara comparte cómo intentaba mantener la lucidez en todo momento, y confiesa que tiene remordimientos por no haber estrechado una mano mucho tiempo o por no haber acariciado un poco más a algún enfermo. «Siempre acechaba alguna emergencia. Pero cuando era posible, intentábamos acompañar a la persona, haciéndola la señal de la cruz en la frente o buscando cómo hacerles sentir que no estaban solos en ese trance». Un esfuerzo en el que, explica, también se sintieron apoyados por el Papa, que «nos invitaba a estar cerca» de los pacientes.

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El valor de una sonrisa

Todavía con demasiadas muertes que reelaborar en la memoria y el corazón, hacen falta recuerdos positivos. «También nos ayuda a nosotros, es una forma de seguir adelante». ¿Cuáles son esos recuerdos? «Me gusta pensar en la alegría de los familiares cuando les hacíamos una videollamada. Una felicidad indescriptible también para los pacientes, que lograban comunicar con una sonrisa o una mirada. Es algo impagable».

Para esos pacientes, alejados de sus seres queridos, los enfermeros se convertían en un punto de referencia. Al comprobarlo, «te descubrías dando incluso aquello que no pensabas que tenías». Tal vez es esto lo que el coronavirus ha enseñado a los que han luchado en primera fila: los límites se pueden superar, y con frecuencia esto es posible gracias a una presencia que sentimos cercana.

Para Barbara, su ángel custodio se llama Giacomo. Es su abuelo, y también él se marchó a causa de la pandemia, justo en el momento de mayor emergencia. «Murió en casa, entre mis brazos y en su cama. Tengo un vínculo muy especial con él que sigo sintiendo con fuerza hasta hoy. Vela por mí, lo siento, y me da valor y fuerza para atender a otros enfermos».

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