Entrevista al profesor e historiador Josep Otón: “Oremos por la paz, pero sin renunciar a construirla”

El autor del libro «Simone Weil: el silencio de Dios» asegura que "en medio del infierno de la guerra, es posible percibir destellos de esperanza"

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Josep Otón, doctor en Historia por la Universitat de Barcelona y autor de varios libros y doctor por la Universidad de Barcelona ha presentado en Madrid su libro sobre el testimonio de Simone Weil. Otón, ha asegurado para ECCLESIA que la filósofa francesa, “estuvo presente en los escenarios donde el dolor cobraba un protagonismo que no les corresponde: las fábricas de los años 30, la Alemania Nazi, la Guerra Civil española, la Francia derrotada, la ciudad de Londres sometida a los bombardeos…”. Si hoy viviera en Ucrania, “en medio del infierno de la guerra, la eclosión del mal, es posible percibir destellos de esperanza”.



En la presentación de Simon Weil: el silencio de Dios, le acompañaron Lourdes Perramon, superiora general de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor y vicepresidenta de la CONFER, y Carmen Márquez, jefa de estudios de la facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas.

—¿Por qué Dios guardó silencio ante las atrocidades de Auschwitz? Esta pregunta nos interpela ya en la introducción se su libro.

—Es la pregunta que surge de forma natural cuando afrontamos el misterio del dolor, en especial si este sufrimiento es causado por los propios seres humanos. Parece que el mal provocado por la propia humanidad nos hace replantearnos la existencia de Dios. Si somos la obra de sus manos, ¿acaso no es Él el responsable en último término de nuestras acciones?

Es una pregunta difícil de responder. En todo caso, Auschwitz ha puesto en crisis la manera de entender a Dios. Por este motivo es tan importante el testimonio de mujeres como Simone Weil, Edith Stein o Etty Hillesum -curiosamente las tres grandes intelectuales de origen judío- que abordan esta inquietante cuestión desde su experiencia vital y, también, desde su experiencia interior marcada por la luz del cristianismo. Las tres sufren los golpes de la historia de su momento, pero, a la vez, descubren un Dios que ha renunciado a su rango para ponerse al lado de las víctimas de la desgracia.

Tal vez Dios no guardó silencio en Auschwitz sino que habló -o gritó- a través del lamento desgarrador de sus víctimas. Depende de nosotros escuchar este Dios que se ha abajado haciéndose uno como nosotros o esperar infantilmente un mesías triunfalista que arregle los entuertos que hemos provocado y así eludir nuestra responsabilidad.

—¿Nos podemos hacer esta misma pregunta al hilo de la actualidad que acontece en Ucrania?

—Claro, supongo que Simone Weil si viviera hoy estaría en Ucrania. Durante su breve vida estuvo presente en los escenarios donde el dolor cobraba un protagonismo que no les corresponde: las fábricas de los años 30, la Alemania Nazi, la Guerra Civil española, la Francia derrotada, la ciudad de Londres sometida a los bombardeos… Allí descubrió la “pesanteur”, la pesadumbre que nos arrastra, como la fuerza de la gravedad, hacia nuestra condición más primaria, sometidos a la “fuerza” que convierte a los seres humanos en materia, tanto a las víctimas como a los verdugos, anticipándose a la idea de la banalidad del mal de Hanna Arendt.

Pero también descubre la “gracia” esa fuerza que nos eleva, tal como hace la luz del Sol respecto a las plantas, por encima de nuestros comportamientos instintivos y posibilita que seamos capaces de amar.

En medio del infierno de la guerra, la eclosión del mal, es posible percibir destellos de esperanza. Oremos por la paz, pero sin renunciar a construirla.


—¿El libro es un análisis o más bien una metáfora de la vida espiritual: de cómo a veces Dios se revela y se oculta, se manifiesta y se esconde?

—Simone Weil plasma en sus escritos su proceso interior, su encuentro con Dios pero también su ausencia. Su experiencia enlaza con la de tantos místicos que nos hablan de la noche oscura. Pero, además, por su compromiso con la realidad, une este proceso interior al devenir histórico. Se hace eco del silencio de Dios que padece un mundo cuyas riendas están en manos de los totalitarismos. Y, al mismo tiempo, su experiencia espiritual le ilumina para intervenir activamente en este mundo desgarrado e intentar, como diría Etty Hillesum, que su vida sea un bálsamo para tantas heridas.

—¿Trabajar “nuestra” interioridad implica aprender a quererse a sí mismo, con defectos y virtudes?

—Implica conocerse a uno mismo, huir de los espejismos, de las idealizaciones que no nos permiten aceptarnos tal como somos. Seguramente Weil no aceptaba muchos aspectos de su personalidad. En muchos momentos se rebelaba, pero también aprendió a acoger como una gracia lo que no había sabido ganar por sus propios méritos. El cristianismo le ayudó a caminar por esta vía para superar las exigencias de un estoicismo demasiado rígido. Sentirse amada por Dios, a pesar de sus dudas y vacilaciones, le permitió descubrir el valor de su persona y el carácter sagrado de ser persona.

—Para ello, es preciso silencio. ¿Cómo compaginar los ruidos externos que no permiten escuchar y los ruidos internos que pueden atormentar?

—Tal vez la clave sea escuchar esos ruidos, como los cantos de las sirenas de Ulises, sin dejarse engañar. Muchas veces estamos intoxicados por tantos mensajes que nos generan confusión. Weil nos invita a estar atentos, como quien contempla un paisaje, observándolo todo pero guardando la distancia correspondiente. Entonces es posible superar el caos aparente y detectar un mensaje escondido en los acontecimientos, tanto externos como internos.

—Simone Weil como tantos otros místicos, ¿capta unos niveles de profundidad de la realidad que a los demás nos pasan desapercibidos?

—Por supuesto, ella vive atenta a cuanto sucede a su alrededor, así como en su interior. Y, en vez de desesperarse por la fuerza de la “pesanteur” capta los destellos de la verdad inscrita en el corazón del ser humano. Saber leer la historia, como diríamos desde las coordenadas cristianas, con una perspectiva profética.

—¿Favorece la espiritualidad cristiana a cultivar la interioridad?

—Sí, y cultivar la interioridad favorece a su vez la espiritualidad cristiana. Es el mensaje de la parábola del sembrador. Nuestra interioridad es la tierra; la semilla, la gracia. Si la tierra no está trabajada, pocas posibilidades tiene la semilla de crecer. Y, por muy trabajada que esté, sin la semilla no puede dar fruto.

Simone Weil había realizado un gran trabajo de autoanálisis, de sincerarse consigo misma, de ser autocrítica, de no conformarse con las respuestas convencionales y acudir a los escenarios de la verdad. Eso no le llevó indefectiblemente a la fe, pero la preparó para acoger una Presencia con la que se sintió acompañada en unos tiempos aciagos para la humanidad.

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