Pentecostés: la última fiesta cristiana

Juan Manuel Sierra López, doctor en Liturgia de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, profundiza sobre "el compromiso en una tarea que se sigue realizando en el mundo"

Juan Manuel Sierra López

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El Diccionario de la Real Academia señala que el nombre de esta fiesta procede del latín: Pentecoste, y este, a su vez, del término griego πεντηκοστ? (quincuagésimo). Se trataba de una fiesta judía en la que se celebraba que Dios les dio la Ley en el monte Sinaí, y tenía lugar cincuenta días después de la Pascua del Cordero.

Coincidiendo en el día, pero con un significado totalmente nuevo, los cristianos celebran el acontecimiento de la Venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia, que tiene lugar después de la Ascensión de Jesucristo al cielo, el domingo que marca los cincuenta días después de la Pascua de Resurrección. En este sentido, podemos decir que es la última fiesta cristiana, pues marca el final del tiempo pascual (que posee una cierta unidad) y de los acontecimientos que se han verificado entorno a la vida de Cristo.

Desde este acontecimiento, la Iglesia debe caminar guiada por el Espíritu Santo, siguiendo las enseñanzas de Cristo. Y, en el desarrollo del año litúrgico, esta celebración da paso al sucederse de los domingos en que se actualiza la memoria del Señor resucitado.

El origen judío de Pentecostés

Esta fiesta, llamada «de las semanas» o fiesta «de la siega» es una fiesta de tipo agrícola que se celebraba a los cincuenta días de la Pascua (Deut 16,9). En ella se hace una ofrenda a Dios, agradeciéndole el don de la tierra y sus frutos; también se conmemora la entrega de la Ley al pueblo de Israel en el monte Sinaí, puesto que la «tierra que mana leche y miel» es la tierra en la que se cumple la Torá, que implica frutos de justicia y alegría para todos.

La fiesta tiene también una proyección universal, desde el momento que la Ley recibida por Israel está llamada a extenderse por el mundo entero, como anuncian repetidas veces los profetas. El número cincuenta alude, también, al año jubilar, que representa la reconciliación completa, la remisión de los pecados y el descanso con un sentido religioso.

El día de Pentecostés se adornan las sinagogas con ramos verdes, evocando las primicias de la cosecha y el don de la Torá, reconocido como el árbol de la vida del paraíso (Gén 2,8). También es propio de este día tomar leche y miel, como recuerdo de la tierra prometida y de la Ley del Sinaí.

El sentido cristiano de Pentecostés

La celebración cristiana, que coincide con el día de la fiesta judía, tiene su origen en la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos con la Virgen María y con otros discípulos en el cenáculo, en Jerusalén (Hch 2,1-4). El acontecimiento tiene lugar a los cincuenta días de la Resurrección.

Podemos decir que en este día se produce una transformación que culmina la actividad de Cristo, aunque luego ésta se prolongue durante todo el tiempo de la Iglesia. Se recibe la nueva Ley, que es la ley del Espíritu con los dones y carismas; comienza la cosecha de gracia con una llamada a la universalidad, también expresada en la diversidad de lenguas en que se expresan los apóstoles durante la predicación y con el perdón de los pecados. En definitiva, el viento impetuoso y las lenguas como de fuego están manifestando la irrupción divina, en fuego del Espíritu y la ley de la caridad que debe regir en la Iglesia y en la vida de cada cristiano.

No se trata, propiamente, de una fiesta del Espíritu Santo sino de la acción del Espíritu Santo, asociado a Jesucristo, por medio de la Iglesia, en la predicación y en los sacramentos. Los cincuenta días de Pascua tienen un sentido unitario, al presentar la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés como un acontecimiento salvífico que se realiza por el misterio de la Redención: una transformación por la gracia de Dios que irrumpe en la Iglesia y, desde ella, debe alcanzar a los confines del mundo.

La celebración litúrgica actual

Centrándonos en el rito Romano, que es el de uso habitual en España, la solemnidad de Pentecostés marca el final del tiempo pascual. Se puede celebrar una vigilia, con cuatro lecturas del Antiguo Testamento acompañadas de sus salmos responsoriales y su oración correspondiente, además de la lectura apostólica y el evangelio.

Es un día que tiene carácter bautismal, especialmente adecuado para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía). Asociada a Pascua, Pentecostés es la segunda gran celebración del año litúrgico cristiano y marca, como indicábamos al principio, el final del tiempo pascual y de la celebración de la resurrección del Señor.

En la misa de esta solemnidad nos encontramos con una secuencia (una composición poética, musicalizada, que se entona antes del evangelio), un prefacio específico para este día y la bendición final propia. Pentecostés es un día de alegría para los cristianos, pero también de compromiso en una tarea que se sigue realizando en el mundo y en cada uno de nosotros, como miembros vivos de la Iglesia.


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