Francisco: "Esta tierra, hermosísima y martirizada, necesita la luz que cada uno de ustedes es"

El Mausoleo John Garang, en la capital de Sudán del Sur, miles de fieles participan en la Santa Misa presidida por el Papa que pone fin a un viaje histórico

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“Jesús, Dios crucificado por todos nosotros; Jesús, crucificado en quien sufre; Jesús, crucificado en la vida de tantos de ustedes, en muchas personas de este país; Jesús resucitado, vencedor del mal y de la muerte”. Con esta proclamación de Cristo, eñ Papa Francisco ha comenzado su homilía desde el Mausoleo "John Garang" en Yuba, Sudán del Sur.

Él, en efecto, “conoce las angustias y los anhelos que llevan en el corazón, las alegrías y las fatigas que marcan sus vidas, las tinieblas que los oprimen. Jesús los conoce y los ama; si permanecemos en Él, no debemos temer, porque también para nosotros cada cruz se transformará en resurrección, cada tristeza en esperanza, cada lamento en danza”.


Sal y luz

Dirigiéndose a los miles de fieles el Papa se ha detenido en las pabras del Evangelio de Mateo: “Ustedes son la sal de la tierra […]. Ustedes son la luz del mundo”, les ha dicho en presencia tanto el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, como el moderador de la Iglesia de Escocial, Iaian Greenshields, que han estado presentes en la celebración.

“La sal sirve para dar sabor a la comida. Es el ingrediente invisible que da gusto a todo. Precisamente por eso, es considerada, desde tiempos antiguos, como símbolo de la sabiduría, es decir, de esa virtud que no se ve, pero que da gusto a la vida y sin la cual la existencia se vuelve insípida, sin sabor. Las Bienaventuranzas son la sal de la vida del cristiano”. No tenemos que buscar ser fuertes, ricos y poderosos, ha dicho Francisco, “más bien, humildes, mansos y misericordiosos. No hacer daño a nadie, sino ser constructores de paz para todos”.


Testimonio de alianza

Por eso, “si encarnamos la sabiduría de Jesús, no damos un buen sabor solamente a nuestra vida, sino también a la sociedad, al país donde vivimos”. El Santo Padre ha recordado que si somos la sal, “estamos llamados a testimoniar la alianza con Dios en la alegría, con gratitud, mostrando que somos personas capaces de crear lazos de amistad, de vivir la fraternidad, de construir buenas relaciones humanas, para impedir que la corrupción del mal, el morbo de las divisiones, la suciedad de los negocios ilícitos y la plaga de la injusticia prevalezcan”.

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Por eso, frente a tantas heridas, a la violencia que alimenta el veneno del odio, a la iniquidad que provoca miseria y pobreza, “podría parecerles que son pequeños e impotentes”. Pero, cuando les asalte la tentación de sentirse insuficientes, “hagan la prueba de mirar la sal y sus granitos minúsculos; es un pequeño ingrediente y, una vez puesto en un plato, desaparece, se disuelve, pero precisamente así es como da sabor a todo el contenido”. Del mismo modo, ha explicado, “nosotros cristianos, aun siendo frágiles y pequeños, aun cuando nuestras fuerzas nos parezcan pocas frente a la magnitud de los problemas y a la furia ciega de la violencia, podemos dar un aporte decisivo para cambiar la historia. Jesús desea que lo hagamos como la sal: una pizca que se disuelve es suficiente para dar un sabor diferente al conjunto”.

Que no "se apague esa luz"

Ustedes son la luz del mundo, les ha repetido el Papa, “y la luz verdadera que ilumina a cada hombre y a cada pueblo, la luz que brilla en las tinieblas y disipa las nubes de cualquier oscuridad”. La invitación de Jesús a ser luz del mundo es clara. “

Nosotros, que somos sus discípulos, estamos llamados a brillar como una ciudad puesta en lo alto, como un candelero cuya llama no tiene que apagarse. En otras palabras, antes de preocuparnos por las tinieblas que nos rodean, antes de esperar que algo a nuestro alrededor se aclare, se nos exige brillar, iluminar, con nuestra vida y con nuestras obras, la ciudad, las aldeas y los lugares donde vivimos, las personas que tratamos, las actividades que llevamos adelante”.

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El Señor “nos da la fuerza para ello, la fuerza de ser luz en Él, para todos. Si vivimos como hijos y hermanos en la tierra, la gente descubrirá que tiene un Padre en los cielos. A nosotros, por tanto, se nos pide que ardamos de amor. No vaya a suceder que nuestra luz se apague, que desaparezca de nuestra vida el oxígeno de la caridad, que las obras del mal quiten aire puro a nuestro testimonio”.

Refiriéndose a Sudán del Sur, como “esta tierra, hermosísima y martirizada”, ha asegurado que “necesita la luz que cada uno de ustedes tiene, o mejor, la luz que cada uno de ustedes es. Les deseo que sean sal que se esparce y se disuelve con generosidad para darsabor a Sudán del Sur con el gusto fraterno del Evangelio; que sean comunidades cristianas luminosas que, como ciudades puestas en lo alto, irradien una luz de bien a todos y muestren que es hermoso y posible vivir la gratuidad, tener esperanza, construir todos juntos un futuro reconciliado", ha concluido el Papa. "Estoy con ustedes y les deseo que experimenten la alegría del Evangelio, el sabor y la luz que el Señor, «el Dios de la paz»".





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