Benedicto XVI: de sábado a sábado

Los más de 95 años de Benedicto XVI han transcurrido entre dos sábados: el Sábado Santo 16 de abril de 1927 y el sábado 31 de diciembre de 2022

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Los más de 95 años de Benedicto XVI han transcurrido entre dos sábados: el Sábado Santo 16 de abril de 1927 y el sábado 31 de diciembre de 2022. Joseph Ratzinger meditó en diversas ocasiones, en homilías y escritos, sobre lo que significa el Sábado Santo, el día del aparente silencio de Dios en la historia, prolongado a lo largo de los siglos, y el del fracaso de un Cristo destinado a descomponerse tras la roca del sepulcro.

Para un Ratzinger, que ha vivido con intensidad el siglo XX, el de la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría y el siglo XXI, el del vacío existencial posmoderno y de las ideologías desbocadas y sanguinarias, la conclusión no es la del fracaso de Cristo. Las aguas agitadas de la travesía de la vida y de la historia no le han arrebatado la esperanza porque la suya no es una esperanza humana sino la que se deriva de un Dios que ha irrumpido en el escenario del mundo, no para imponerse por la fuerza y construir el “imperio del bien” sino para que los hombres vuelvan al orden establecido en la Creación: el orden del amor. Dios es amor y el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Todo sería aparentemente más sencillo si Dios hubiera privado al hombre de su libertad, tal y como señalaba el Gran Inquisidor en el conocido relato de Dostoievski en Los hermanos Karamazov.

En la larga vida de Ratzinger, de un sábado a otro, se han ido derrumbando o marchitando las ideologías y los sistemas políticos, incluso los aparentemente más poderosos. En algunos cristianos estos acontecimientos crearon la ilusión de un triunfo externo del cristianismo, algo tan engañoso como pensar que el cristianismo había llegado a su culmen con su proclamación como religión oficial del Imperio Romano de Occidente. Pocos años después llegaron los bárbaros, que son, sobre todo, aquellos que sirven para recordarnos el reino de Cristo no es de este mundo. Entonces, ¿a qué hay que aferrarse?, ¿en quién hay que confiar?

Me atrevería a decir que tenemos que confiar en la Señora del sábado, la Señora de la espera y la esperanza en Cristo, la Madre de Dios, que, en la vida de Joseph Ratzinger, como en la de tantos creyentes, ocupa un lugar fundamental. Los discípulos de Jesús, con la probable excepción de Juan, no esperaban nada en aquel primer Sábado Santo, pero la Madre de Cristo, la Madre que permitió con su sí la entrada de Dios en la historia, seguía esperando pese a los zarpazos de la soledad que podían atravesarle el corazón.

Otra curiosa coincidencia es que el 16 de abril, día del nacimiento de Benedicto XVI, se celebra la festividad de santa Bernadette Soubirous, la vidente de Lourdes, que puso su confianza en la Virgen y que mantuvo su fe y esperanza frente a todas las incomprensiones y persecuciones. Ratzinger lo recordó en más de una ocasión para subrayar su propia confianza en María, la Madre siempre disponible a las necesidades de sus hijos. Además, María es la que guarda tantas cosas en su corazón. Sigue siendo el asiento de la sabiduría y la primera Maestra de oración. A este respecto, decía Benedicto XVI en 2012: “María viene a recordarnos que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante, debe tener un lugar central en nuestra vida cristiana. La oración es indispensable para acoger la fuerza de Cristo”. Indispensable también para un teólogo porque los verdaderos teólogos, como también recordara Ratzinger, han de hacer teología de rodillas.

En el magisterio del papa Ratzinger no faltan las referencias al Rosario, una oración que nos brinda la oportunidad de acercarnos más a Cristo por medio de la contemplación. A ella se refería el pontífice en mayo de 2008: “En el mundo actual tan disperso, esta oración ayuda a poner a Cristo en el centro, como hacía la Virgen, que meditaba interiormente todo aquello que se decía de su Hijo, y lo que Él hacía y decía”.

Estoy convencido de que Joseph Ratzinger ha sido acogido por la Señora del sábado. Ha entrado en el sábado al que se refieren Las Confesiones de san Agustín (XIII, 50), en “la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso”. Ha entrado en “el sábado de la vida eterna”.


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