Esperanza también desde Rusia

Desconozco hasta qué punto el antiguo jefe del KGB defiende con verdadera convicción la familia cristiana

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Hasta hace poco, Vladimir Putin ha gozado de una simpatía más o menos proclamada en algunos sectores cristianos de occidente, basada en su supuesta defensa de la familia y de la tradición cristiana. Pero la tradición cristiana sostiene, en primer lugar, la dignidad sagrada y la libertad de toda persona. Antes de la injustificable invasión de Ucrania, Putin ya había dado muestras de su desprecio por ambas cosas: persiguiendo a sus opositores, e incluso ordenando su asesinato; reprimiendo la libertad de expresión en los medios y en las calles de Rusia, como ha sucedido de nuevo estos días con la detención de millares de personas que protestaban contra la invasión.

Desconozco hasta qué punto el antiguo jefe del KGB defiende con verdadera convicción la familia cristiana, pero, incluso si acierta en eso, tal cosa no puede justificar ni encubrir una política totalitaria que tiene mucho que ver con su antigua pertenencia a los aparatos más siniestros del estado soviético. Los cristianos amamos la libertad, y no deberíamos añorar a un líder fuerte que imponga determinados valores, por justos que sean. Esa no es la vía del Evangelio. En estas horas terribles merecen nuestro especial reconocimiento miles de ciudadanos rusos que se atreven a levantar la voz contra la mentira y la violencia, aun a riesgo de ser golpeados y detenidos. Personas como la filóloga Svetlana Panic, que confiesa su vergüenza y su dolor por la agresión, y propone testimoniar la fe como forma de combatir la mentira y la aparente omnipotencia del mal. Son ellos, como los disidentes que se enfrentaron con el poder soviético, los que merecen todo nuestro apoyo.


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