Benedicto XVI y santo Tomás de Aquino

Una de las cumbres del pensamiento europeo, uno de los principales constructores de occidente, en el que ciencia y fe católica se potenciaron mutuamente

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La Orden de Predicadores, más conocida como los dominicos, fundada por el español santo Domingo de Guzmán, atrajo irremediablemente a Tomás de Aquino (1225-1274) que, dejándolo todo —a su riquísima familia, los condes de Casino— supoconciliar razón y fe como pocos. Una sucinta e interesante biografía de su persona puede consultarse en la web de los dominicos.

Formado por el también dominico y científico católico san Alberto Magno, estudiando en las universidades de París y colonia, alcanzó el máximo nivel académico de la época, el de doctor, llegando a ser profesor de universidad. Se señala en su biografía que «A los treinta y dos años Tomás de Aquino es maestro de la cátedra de teología de París. En Tomás, la Palabra de Dios en la Escritura tiene la primacía sobre las otras ciencias, y hace de la oración la fuente más fecunda de sus investigaciones. Mientras permanece en París, Tomás y los hermanos Predicadores elaboran en comunidad filosofía y teología, para después hacerla presente en la universidad»

Sería san Alberto el que le convenció de la necesidad de profundizar en Aristóteles, el filósofo de la razón, puesto que la razón es don de Dios y a él debe ordenarse. Su fama se extendió desde la Sorbona por toda Europa. Después de París, enseñó en Roma y en Nápoles, dejando entre otras muchas obras la Suma Teológica. Tras fallecer en la abadía de Fossanova el 7 de marzo de 1274, en pleno viaje hacia el Concilio de Lyon, fue canonizado el dieciocho de julio de 1323 por Juan XXII, siendo declarado por San Pío V Doctor de la Iglesia el once de abril de 1567, y declarado por León XIII el cuatro de agosto de 1880 patrón de todas las universidades y escuelas católicas. Se dedicó de continuo al trabajo teológico, a investigar incansablemente la verdad, y a transmitirla escribiendo y predicando.

No es de extrañar que siendo cumbre de la teología católica, Benedicto XVI dedicase a su figura dos audiencias. Más allá de dar información sobre santo Tomás, y tras señalar que «… el Papa Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio recordó que la Iglesia ha propuesto siempre a santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología…’», dirigió su certera mirada sobre el sentido de su obra diciendo cosas tales como:

«La filosofía aristotélica era, obviamente, una filosofía elaborada sin conocimiento del Antiguo y del Nuevo Testamento, una explicación del mundo sin revelación, por la sola razón. Y esta racionalidad consiguiente era convincente… La cuestión urgente era esta: ¿son compatibles el mundo de la racionalidad, la filosofía pensada sin Cristo, y el mundo de la fe? ¿O se excluyen? No faltaban elementos que afirmaban la incompatibilidad entre los dos mundos, pero santo Tomás estaba firmemente convencido de su compatibilidad; más aún, de que la filosofía elaborada sin conocimiento de Cristo casi esperaba la luz de Jesús para ser completa… Al principio de su Summa Theologiae escribe santo Tomás: "El orden de las ciencias es doble: algunas proceden de principios conocidos mediante la luz natural de la razón, como las matemáticas, la geometría y similares; otras proceden de principios conocidos mediante una ciencia superior: como la perspectiva procede de principios conocidos mediante la geometría, y la música de principios conocidos mediante las matemáticas. Y de esta forma la sagrada doctrina (es decir, la teología) es ciencia que procede de los principios conocidos a través de la luz de una ciencia superior, es decir, la ciencia de Dios y de los santos"».

Ha sido importante tarea del Magisterio de la Iglesia convencernos de que razón y fe son compatibles. Tal vez la nefasta influencia del discurso laicista imperante se deba más a nuestra ignorancia que a su carga de verdad. Recomiendo encarecidamente la lectura del texto de ambas audiencias para beber de las aguas claras del magisterio universal de Benedicto XVI que perdurará sin duda hasta la vuelta de Jesucristo nuestro Señor.

CONTRA FACTUM NON VALET ARGUMENTUM


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