El dichoso algoritmo y el desafío digital

Revista EcclesiaAsier Solana Bermejo

Tiempo de lectura: 2’

Recuerdo 2007, el año que abrí mi cuenta de Facebook, por estas fechas. En aquel entonces era un joven universitario de Erasmus y era nuestra manera de compartir las fotos y los momentos. Era una red social en crecimiento, el WhatsApp quedaba lejos y, más importante aún, las publicaciones de mis "amigos" aparecían por riguroso orden temporal de publicación: del más reciente al más antiguo. Así, podía saber cuándo había revisado todas las publicaciones. Recuerdo incluso haber asistido, en el curso siguiente y ya de vuelta a las aulas de Pamplona, a una charla del mismísimo Marck Zuckerberg en la Universidad. Aquel evento desbordó todas las previsiones y, si mal no recuerdo, hubo gente que se quedó fuera. Estábamos sentados hasta en las escaleras, como si hubiera venido un futbolista famoso.

En algún momento, desde Facebook consideraron que no podíamos perder el tiempo en ver todo lo que nuestros contactos publicaban y empezaron a mostrarnos las publicaciones "más relevantes", basadas en nuestra interacción. Cuando Facebook compró Instagram, realizó la misma operación: al primer intento tuvo que echarse atrás y volver a permitir que viéramos las publicaciones en orden cronológico, hasta que, poco tiempo después, lo alteró sin problemas. Finalmente, caería Twitter: esa red que se supone que es abierta y una especie de ágora público (con todo lo bueno y malo que implica), te cambiaba la opción por defecto a ver el contenido más relevante. Por suerte, en esta red social aún es posible cambiar la configuración para ver los tuits en orden temporal.

Este es uno de los temas que más me preocupan: cada vez más, Internet se confunde más con las redes sociales; solo he mencionado tres de ellas cuyo cambio a la hora de mostrar el contenido de los usuarios fue más o menos conocido. Pasar de saber cómo te muestran la información y con qué criterio, a verla detrás de un genérico "tranquilo, te mostramos lo que te interese". Ciertamente, con un poco de destreza podemos ‘educar’ el algoritmo de nuestras redes. Por ejemplo, muchas veces en Facebook doy "me gusta" a publicaciones que no me gustan…. pero que quiero seguir viendo porque me sacan de mi burbuja.

Pero sé que eso es un mero parche ante el problema de fondo: el desconocimiento de con qué criterio nos muestran la información. Tradicionalmente, esa tarea había correspondido a los medios de comunicación: ellos seleccionaban qué temas llevaban a portada, y con qué enfoque. Hoy lo siguen haciendo, pero luchan también por tener visibilidad en estas redes: el 62% de estadounidenses, por ejemplo, se informa a través de las redes. Aquí, en España, sin tener el dato concreto, la experiencia personal es sencillas. ¿Cuántas veces compramos un periódico y cuántas veces leemos sus noticias porque un conocido o familiar nos las envía por WhatsApp? ¿Cuántas veces aquello de "lo he visto en Facebook"?

Necesitamos transparencia en Internet. El tema de los algoritmos es solo uno de ellos: además, no es nada sencillo porque aunque se hiciera público su código, tendríamos que saber interpretarlo, y muy pocos pueden. Precisamente, la semana pasada, la Fundación Pablo VI publicó una carta con las aportaciones que había hecho ante la consulta pública sobre la futura "Carta de Derechos Digitales". Merece la pena, en estos tiempos en que lo digital cobra cada vez más importancia, considerar estas propuestas.

Religión