El encuentro

Asier Solana reflexiona sobre el final de curso y los vaivenes que sufren profesores y alumnos ante los cambios educativos

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Retomar esto de publicar va a ser un reto al que espero llegar puntual: obligarme a reflexionar y aportar algo desde mi cotidiana experiencia como profesor de Religión, una profesión puesta en cuestión como siempre, a pesar de que muchos digan que ‘cada vez más’. De hecho, diría que el docente de esta asignatura está ahora mejor que antes, al menos en Secundaria; no viví tiempos anteriores, pero por lo que me cuentan algunos antiguos, así es.

Estamos cerca de terminar el curso, y la vista se posa, inevitablemente, en el próximo septiembre lleno de incertidumbres, más aún si cabe para los profesores de Religión, debido a los vaivenes a los que nos vemos constantemente sometidos según haya una ley u otra, es decir, según haya uno u otro gobierno.

No sé qué me encontraré en el aula el próximo curso a nivel normativo, pero sí se que me encontraré varios cientos de alumnos que no sabrán muy bien qué esperar de mis clases. Que tienen miles de problemas, y muchas veces el menor de ellos es sacar un 4 o un 5 en matemáticas, porque lo que hay fuera del instituto ya es demasiado. Habrá otros que vendrán ávidos de conocimiento. Muchos tendrán como principal motivación que sus padres les feliciten por sus resultados o, al menos, no les castiguen sin salir o sin móvil por llevar una nota baja.

Todos aquellos que lleguen con menos de 16 años estarán por obligación en el aula, y aunque a la mayoría no les supondrá una carga extra, sí habrá quien oponga resistencia al estudio o al aprendizaje.

Mientras están en sus pupitres o en el patio se enamorarán y desenamorarán, harán amistades, las romperán y se reconciliarán.

Es seguro que, en algún momento del curso, habrá un alumno o alumna que necesite hablar y se acerque tímidamente con cualquier excusa para luego soltar la bomba, y pida algún consejo, aunque en muchos casos no se lo pueda dar y tenga que bastar con escuchar.

Y, en medio de ese torbellino que es la vida, trataré de transmitirles que el mundo es más de lo que vemos y que todos moriremos, pero que hay quienes creemos que no es más que el paso previo a la vida, la de verdad, por eso de la Resurrección y de Jesús. Que es mejor amar que albergar rencor. Que de vez en cuando dejen el móvil para mirar, mejor dicho contemplar, la naturaleza. Que la vida se agradece. Y muchísimas cosas más para las que tendrán el hueco justo en medio de ese torbellino que es la vida.


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