Ya falta menos

Revista EcclesiaAsier Solana Bermejo

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Me temo que este va a ser un año marcado por las ausencias. Normalmente, cada día entre el 6 y el 14 de julio me levantaba a eso de las 7.45 para encender la televisión y ver el encierro. Me recordaba, así, la tierra de la que vengo y disfrutaba con un rato de emoción.

Racionalmente no parece muy lógico con ver cómo seis toros corren por las calles de la ciudad mientras cientos de ?mozos? quieren correr delante de ellos a dos o tres palmos de sus pitones. Pero, para muchos que nunca hemos corrido (ni correremos) el encierro, verlo es interesante.

En la medida de mis posibilidades, todos los 6 de julio he intentado ver el chupinazo, estuviera donde estuviera en aquel momento, aunque tuviera que recurrir a la televisión por satélite y a unas baterías porque no llegaba la corriente eléctrica. Siempre, allá donde he vivido, he tenido en mi armario un pañuelico de San Fermín.

Pero como digo, este es un año de ausencias. El año que viene viviremos las fiestas que huelen a kalimotxo, pero suenan a bailes de gigantes y a risas de niños, al cortar de las hachas de los aizkolaris en las mañanas de deporte rural, y a jotas en el Paseo de Sarasate. Saben a chocolate con churros tras el encierro y a huevos con txistorra a mediodía. Retumban a fuegos artificiales en la Vuelta del Castillo, y erizan la piel los abrazos de tantos que se dan cita en una ciudad gris (en el mejor sentido del término) y tranquila durante 356 días al años, pero bulliciosa llena de energía durante los 9 restantes. Una ciudad acogedora y hospitalaria para los que hemos tenido que salir fuera, unas fiestas que, a menudo, son la excusa para reencuentros de personas que viven lejanas y que un día compartieron días de alegría y amistad en esa Pamplona gris. Casi, casi, como unas Navidades pero con buen tiempo.

Este año nos faltará todo esto, pero solo porque es la manera de que, en un futuro, podamos vivir las fiestas como se merecen. La ausencia, sin embargo, también tiene algo de presencia gracias a la esperanza. Y aunque el santo fijo que nos está echando un capotico.

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