El Espíritu de la verdad

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“Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. Así concluye la primera lectura de la misa de este domingo sexto de Pascua (Hech 8, 5-8. 14-17). El escenario es Samaría. Y los que imponen las manos son los apósotoles Pedro y Juan, que han sido enviados por los demás apóstoles para inspeccionar la misión que Felipe está llevando a cabo.

En efecto, estaba ocurriendo algo asombroso. Los samaritanos no se llevaban bien con los judíos. Pero ahora Felipe les anuncia el evangelio y su predicación es avalada por signos de liberación y de curación. Eso llena de alegría a las gentes. Pero con el rito de la imposición de las manos desciende sobre ellas el Espíritu Santo.

Con el salmo, nosotros nos unimos a aquella alegría cantando: “Aclamad al Señor, tierra entera… Alegrémonos con el Señor, que con su poder gobierna eternamente” (Sal 65).

Y de paso, imploramos del Señor la fuerza para poder dar la explicación correcta a quien nos pida una razón de nuestra esperanza (1 Pe 3,15).

La fidelidad y la verdad

El Evangelio que hoy se proclama (Jn 14,15-21) nos sitúa de nuevo en el contexto de la última cena. Y nos recuerda las palabras del Maestro que anuncia a sus discípulos el envío del Consolador: “Yo pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.

• Jesús les promete una ayuda que ellos nunca hubieran podido imaginar. Su Espíritu estará con ellos como el abogado y como el verdadero defensor de la comunidad y el abogado de cada uno de los que creen en Jesucristo.

• Los discípulos, por su parte, habrán de manifestar con sus obras la fidelidad al que los ha elegido. Eso es lo que sugiere la prueba con la que han de demostrar su amor al Maestro: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”.

• Además, Jesús añade que el Espíritu de Dios no puede ser percibido por el mundo. Ni por el polvo de la mundanidad que ciega nuestros ojos. Pero quien es fiel al Señor experimentará la presencia del Espíritu y su asistencia en el anuncio del Evangelio

El amor del amado

Todo el discurso de la despedida tras la última cena nos lleva a escuchar con gratitud la advertencia que Jesús dirige a sus discípulos:

• “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama”. Sabemos que en las relaciones humanas, el amor no es solo un sentimiento. Es un compromiso. La clave para saber si amamos al Señor es la aceptación de sus mandamientos

• “El que me ama será amado por mi Padre”. A veces pensamos que las satisfacciones que nos ofrece la vida son la señal de que Dios nos ama. Pero la prueba de su amor es fácil de reconocer por nuestro amor a su Hijo y nuestro Redentor.

• “Yo también lo amaré y me manifestaré a el”. Con frecuencia nos preguntamos si el Señor aceptará nuestro amor, tan tibio y vacilante. Pero él cumple su palabra. Todos hemos podido ver que a los que lo aman él se les manifiesta con señales de su presencia.

- Señor Jesús, tú has prometido a tus discípulos el Espíritu de la verdad y del amor. Sabemos que esa promesa se dirige también a nosotros. No permitas que la olvidemos. Mantén abierto nuestro corazón a su enseñanza y a sus impulsos. Amén.


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