Amistad a lo largo

Revista EcclesiaJavi Prieto

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Decía Aristóteles que:

La perfecta amistad es la de los buenos, y de los que son semejantes en virtud, porque estos tales, de la misma manera que son buenos, se desean el bien los unos a los otros, y son buenos por sí mismos. Y aquellos son verdaderamente amigos, que a sus amigos les desean el bien por amor de ellos mismos. (1)

A veces puede parecer algo obvio, algo a lo que tenemos derecho, un exigible de nuestra vida, y sin embargo no lo es. La amistad verdadera es un don al que debemos aspirar y en el que debemos poner todos nuestros esfuerzos. Especialmente para lograr desear el bien del otro sin buscar nuestro interés, por simple amor al amigo. Cómo será de excepcional esto, que incluso nos puede chirriar hablar de amor en el campo de la amistad.

Todos sabemos que necesitamos la amistad, que los amigos nos ayudan, que con ellos crecemos, que con ellos es más fácil el camino. Todo esto es parte de la amistad, pero con una condición indispensable: El interés recíproco no puede ser el fin sino la consecuencia de un afecto desinteresado por el bien del otro.

Sin embargo, en este tiempo individualista que vivimos hemos caído demasiadas veces en una amistad utilitaria. Entonces deja de ser amistad para ser una sintonía basada en la existencia de intereses comunes, una empresa que necesita de cierta reciprocidad pero que no conlleva la generosidad del amor desinteresado.

Por eso hay una test que debe superar toda amistad. Podríamos pensar que es estar en los momentos difíciles, o saber mucho de la otra persona, o tener una relación fluida. Pero yo creo que la prueba más difícil es vivir como felicidad propia el éxito del amigo. Aquel éxito que para uno mismo no tiene más efecto que la felicidad ajena. Cuando uno ve a dos personas disfrutar del talento del otro, compartir con generosidad, alegrarse de su éxito, uno puede decir con seguridad, son amigos de verdad.

¿A qué viene esta disertación sobre la amistad? Pues a que el otro día veía en Twitter un ejemplo de esto. Un grupo de periodistas y escritores, de distintos medios y con distintos intereses, que compartían con esa sinceridad la alegría por el talento ajeno. Y me contestaba al respecto uno de ellos, Juan Claudio de Ramón, con el título de una poesía de Gil de Biedma, Amistad a lo largo como descripción de su relación.

En esta poesía dice el poeta al comienzo que hay momentos felices para dejarse ser en amistad. ¿Cómo cultivamos ese dejarnos ser en amistad? A ninguno nos resulta ajena la presencia de competiciones, envidias y disputas que han acabado con proyectos de amistad, también el marco de la Iglesia. Si ser en amistad, si ser amigos, es dejar espacio al amor generoso, al amor perfecto, aprendamos poco a poco a amar a los otros por ellos mismos, a desear y alegrarnos de su bien.

Acaso no es eso lo que Dios siente por nosotros. Aquel a quien nada le hace falta nos deja ser, nos ama sin interés alguno, pero nos ama buscando siempre nuestro bien. Quizás tenemos ante nosotros un campo por redescubrir, hablar de la relación con Dios desde la amistad (sin infantilismos). Pero para eso primero tenemos que amar nosotros la amistad, experimentarla en su profundidad, y reconocer en la verdadera amistad entre nosotros el sello de la Amistad con mayúsculas.

Javier Prieto
Seminarista de la Diócesis de Zamora
@Javi_PrietoP

(1) Ética a Nicómaco, Libro VIII, cap. III

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