La desaparición de la familia biparental: problema de pobres

Pablo Martínez de Anguita analiza la realidad de las familias en España

Pablo Martínez de Anguita

Tiempo de lectura: 8’

Señala, y sobre todo contabiliza Melissa Kearney en su muy recomendable obra “The two parents priviledge” dos hechos nuevos en Estados Unidos, que probablemente estén pasando también en España y que constituyen un círculo social vicioso y otro virtuoso, que acaban separando en dos estratos sociales a la sociedad uno cada vez más pobres y otro cada vez más rico. Señala y cuantifica algunos hechos relacionados con el matrimonio en Estados Unidos verdaderamente interesantes, y que deberíamos examinar en España:

El hecho general es que los hijos de parejas no casadas tienen más probabilidades de:

a.- crecer en un hogar monoparental y (sólo el hijo y su madre).

b.- disponer de media de menos recursos para su desarrollo.

Sucede al contrario con los hijos de parejas casadas. Este hecho se relaciona y explica con los siguientes datos:

1. En los últimos 40 años ha habido un dramático declive en el número de niños viviendo en hogares de adultos casados (de un 77% en 1980 a un 63% en 2019), y sobre todo este descenso ha sucedido en las clases más pobres (este descenso se ha dado en un 6% en las personas que han ido a la universidad y un 23% en las que no).

2. Hoy en día el 88% de niños cuya madre tiene un título universitario viven en hogares biparentales frente al 70% de hijos de las que no tiene título.

3. Las comunidades donde más cayó la tasa de matrimonios fueron aquellas sacudidas por crisis económicas que hicieron perder a sus habitantes sus puestos de trabajo. La tasa de matrimonios descendió en paralelo al incremento de la tasa de mortalidad por drogas, abuso de alcohol (las llamadas muertes por desesperación). Al contrario, los incrementos de rentas están correlacionados con tener un mayor número de hijos.

4. Las tasas de “maternidad soltera” han pasado en USA, pero también en países como el Reino Unido del 10%, 16% y 14% en 1980 respectivamente para clases económicas alta, media y baja al 12%, 28% y 34% en 2015 (en Estados Unidos en términos estadísticos se puede considerar que no hay padres solteros). Los hogares “monomarentales” están pasado de originarse mayoritariamente a partir de divorcios que tienen una tasa decreciente a nacer “monomarentales” directamente.

5. Las mujeres que tienen hijos una vez casadas lo hacen por primera vez a los 29,8 años frente a los 23,7 de las solteras, y lo hacen tras haber completado una media de 14,6 años de estudios versus 12,6. Las casadas tienen a la edad de ser madre una renta media de 73.000$/año versus las solteras, que cuando tienen su primer hijo, ganan 31.000$. Esto hace que los hijos de madres solteras vivan de media en pobreza un 36,4% de su infancia frente al 8,6% de los hijos de casadas. Los dos puntos anteriores llevan a que de media, un niño que vive en un hogar solo con su madre tenga menos acceso a todo tipo de recursos que otro criado en un hogar biparental, lo cual genera una diferencia de oportunidades para su futuro. Y estadísticamente la variable de tener pocos recursos en la infancia es explicativa en gran medida los resultados educativos y económicos de su vida adulta.

6. Las clases educadas han visto incrementar sus rentas en los últimos 40 años mientras que las más pobres se han estancado. Este hecho ha influido en la educación de los hijos. Un niño cuesta de media 13.500$/año. Las parejas educadas y casadas con dos rentas tienden a gastar 21.000$/niño y año frente a los 9.700$/año de madres solteras. La familia biparental actúa a la hora de generar recursos para el hijo (tiempo de calidad, dinero, apoyo emocional…) de un modo más eficiente que dos personas por separado, y por supuesto mejor que una. Esta diferencia de más de 11.000$/año permite al hijo de padres casados con recursos disfrutar de unas actividades de ocio, lúdicas, educativas y deportivas que les sitúan con ventaja para ser admitidos en la universidad. Al mismo tiempo, la familia biparental tiene más tiempo y recursos para llevar y traer a los hijos a dichas actividades al repartirse el trabajo, aprovechando esos tiempos para implicarse emocionalmente más con el hijo. De hecho, los padres y madres casados, con dinero y educación pasan mucho más tiempo de calidad, lúdico y realizando actividades de todo tipo (de media) con sus hijos que las madres solteras o las madres con novio cohabitante con ellos. Este tiempo está directamente relacionado con las mejoras de resultados en test por ejemplo de lectura.

7. Los divorcios tienden a dejar a los niños con menos recursos económicos y de tiempo de calidad que los matrimonios estables. Así mismo, los niños que experimentan un divorcio en su hogar tienden a tener más problemas de comportamiento y emocionales que los que se crían en parejas estables casadas. En líneas generales, y descontando padres violentos, hay una relación entre la ausencia del padre en el hogar y el desarrollo socio- emocional del niño que se expresa en mayores comportamientos disruptivos, problemáticos o dañinos. Por el contrario, tener un padre en casa que trae recursos económicos, emocionales y de tiempo, es en general beneficioso para los hijos.

8. Los padrastros y madrastras invierten de media mucho menos en sus hijastros que los padres biológicos en sus hijos naturales. Asimismo, los hijos que conviven con la pareja de uno de los dos progenitores presentan mayores tasas de sentimientos negativos que aquellos que conviven con sus dos padres biológicos. De hecho, hay una correlación entre crecer sin los padres biológicos en el hogar y, tener menor rendimiento educativo, mayor incidencia de paternidad sin compromiso o llegar a ser encarcelado.

9. Un número creciente de mujeres no se casa con el padre de sus hijos no porque rechazan el matrimonio como tal, sino porque no consideran al padre como un recursos confiable de seguridad economía y/o estabilidad (a lo que Kearney llama “casabilidad”). Los maridos que no pueden garantizar un aporte alto de ingresos son en términos estadísticos menos deseables como esposos. Curiosamente los divorcios son mayores en parejas en las que ella gana más que él, y la tasa de matrimonios es menor en barrios en los que las mujeres ganan más que los hombres (un 10% de incremento en la diferencia de salario a favor de la mujer se relaciona con un 3,1% de incremento de mujeres no casadas y un 7,1% de divorcios- [Shenhav 2021]). Y cuando la “casabilidad” de los hombres disminuye, desciende el número de matrimonios.

10. Los niños son más sensibles a la falta de un padre (habitualmente el varón) en su casa que las niñas, que suelen tener a su madre. Los chicos suspenden de media en el colegio un 7,3% frente a las chicas que lo hacen en una tasa del 3,6% y tienden a tener peores comportamientos, haciéndose esta diferencia mayor en familias “monomarentales”. En concreto, la diferencia en estos hogares de suspensos es de un 25% más en chicos que en chicas. Así pues, criarse con éxito en un hogar monomarental sin referencia ni apoyo paterno resulta más difícil para un niño que para una niña, reduciendo la "casabilidad" de éstos.

Estos datos son mirados a la luz de dos premisas

Hipótesis 1: Las relaciones matrimoniales son inherentemente difíciles, de modo que un matrimonio (entendido socialmente como un contrato a largo plazo por el cual dos adultos se comprometen a compartir recursos y responsabilidades para sostener un hogar y criar hijos) genera una capa de inercia institucional que tiende a sostener la convivencia a diferencia de la cohabitación.

Hipótesis 2: La destrucción de la familia (biparental estable) sería consecuencia de la destrucción de la economía local. Para Kearney, si bien la desaparición de la familia biparental como veremos es causa de pobreza, pero también es consecuencia de ésta.

A partir de estos y otros datos, Kearney propone su hipótesis, consistente en dos círculos, uno virtuoso y otro vicioso: Los hijos de padres casados estables van a la universidad, y estos universitarios se casan más y viven mejor. Los hijos de hogares “monomarentales” van menos a la universidad y se casan menos generando una división social en dos etapas.

De la estabilidad matrimonial a la riqueza: Los datos muestran como los hijos de parejas casadas y estables tienen más probabilidades de ir a la Universidad y tener un buen trabajo que los hijos de madres solteras. Los varones jóvenes – según muestra Kearney - que no tiene un padre presente y positivamente activo en el hogar (siempre hablamos de media pues todos conocemos a madres solteras más que heroicas cuyos hijos son ejemplares) tienden a tener más problemas con la justicia, a no terminar sus estudios y por tanto a no ir a la universidad (y acabar ganando menos dinero).

De la riqueza a la estabilidad matrimonial: Los jóvenes que pasan por la Universidad (y por lo tanto ganan más dinero) acaban casándose y manteniendo hogares biparentales estables en mayor proporción que los que no acuden a ella. Al contrario, los adultos con menores niveles de ingresos y educación (no universitarios) tienden a casarse menos. Además, al no acceder a estos buenos trabajos acaban repitiendo un ciclo de pobreza en el que tienden a no formar hogares ni actuar como padres presentes y activos (círculo vicioso). Como Kearney menciona en el título de su obra, los hijos de las personas que acceden a la universidad y tienen mejores salarios son los que más disfruten de tener “El privilegio de la biparentalidad” en hogares estables. Mientras los hijos de padres de familias unidas tienden a propagar el modelo de éxito con el que han sido criados, los padres con rentas bajas tienden a experimentar un estrés económico y personal mayor, lo cual está correlacionado con peores índices de salud mental, nivel de conflictos familiares y mayor alejamiento entre padres e hijos, lo cual a su vez les lleva a no poder alcanzar dicho modelo de éxito. La consecuencia es que tener dos padres unidos es un privilegio que tiende a conservarse entre las clases sociales más ricas y educadas lo cual a su vez mantiene dicha riqueza (círculo virtuoso).

Así pues, tenemos una parte de la población infantil inmersa en una espiral viciosa y otra en una virtuosa. Y la consecuencia es que cada vez se hace mayor la brecha entre pobres y ricos, y sobre todo la dificultad de los hijos de los primeros de romper su círculo de pobreza. De no romperse la dinámica de estas dos trayectorias divergentes, la tendencia es a una separación crecientemente intergeneracional de clases sociales, y su consecuencia, que una gran cantidad de niños no sean capaces de desarrollar su mejor potencial para ellos mismos y la sociedad en general.

Propuestas para los políticos

A partir de este modelo de desarrollo económico familiar, propongo algunas consideraciones para políticos. Quizá nuestra vida no sea como la de los estadounidenses, peor nuestra “ex”-pirámide” poblacional en uno de los pocos lugares de España, como es Madrid, que crece demográficamente asusta (figura 1):

1.- Tener en cuenta que las familias biparenatales son beneficiosas para los niños. Los hijos de familias “monomarentales” (no hay a penas familias de padre e hijos) reciben menos inversión por parte de sus progenitores.

2.- Tomar en consideración que la desaparición de la familia biparental estable es un asunto que afecta fundamentalmente a las mujeres y niños más pobres de la sociedad. Todo lo que ayude a un compromiso sólido debería ser considerado como un bien para las futuras generaciones.

3.- Plantear el alivio de la pobreza como la principal medida para mejorar el estado de la familia La pobreza consume recursos, lo que Kearney llama el “ancho de banda mental disponible” para la paternidad/maternidad. Una madre constantemente preocupada por pagar las facturas tiende a tener menos capacidad de estar atenta a cuestiones que pueden parecer menores como ayudar a hacer los deberes a su hijo. Las madres solteras tienden a tener un estrés más persistente que el de los padres con recursos. Aliviar este estrés debería ser prioritario.

4.- Los padres (varones) también deben tomarse en cuentan en las políticas familiares. Algunos estudios afirman que la presencia de padres varones en el colegio, en mentorías y en actividades escolares mejoran los niveles escolares y de comportamiento de los niños (ý en menor medida de las niñas) sean o no sus padres. Si estamos en una emergencia como la que Kearney describe para Estados Unidos, quizá sea tiempo de favorecer una paternidad más amplia, cuidar no solo de las madres solteras sino del potencial que los padres en general pueden dar a sus hijos y a los niños en general.

Kearney aporta otras soluciones muy interesantes, pero esas las dejo para que el lector compre su libro y los académicos traduzcan y adapten sus ideas en nuestro país

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