Día de silencio y duelo en espera de la Resurrección

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Este Sábado Santo permanecemos junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, esperando en la oración y en ayuno su Resurrección.

En el Credo decimos “descendió a los infiernos”. Esta confesión del sábado santo significa que Cristo cruzó la puerta de la soledad, que descendió al abismo inalcanzable e insuperable de nuestro abandono.

Ningún acontecimiento como la muerte de Cristo en la Cruz merece ese sobrecogedor silencio. Cristo muerto y resucitado, fecunda las entrañas de la tierra y desciende a los infiernos, para hacer surgir de su profundidad la voz sobre el silencio del sepulcro que va a quedar vacío.

El silencio más grande de Dios fue la Cruz. Jesús sintió el silencio del Padre, llegando incluso a pensar que le había abandonado. Y es que el Señor es también el Dios de los silencios y este, en concreto, no puede explicarse si no se mira a la Cruz y al sepulcro.

Nos lo ha recordado el Papa Francisco, la hora de la Cruz, la más oscura de la historia, es también la fuente de salvación para cuantos creemos en Él porque es fuente inagotable de vida.

Y hoy se nos invita a estar junto a María, recordar sus dolores; aunque un dolor lleno de fe en la victoria del Hijo sobre la muerte.

Cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde Jesús ha sido clavado, contemplamos el signo del amor; del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De aquella Cruz brota la misericordia del Padre que abraza al mundo entero.

Este sábado Santo como te digo es de espera, de preparación a la Resurrección del Señor; es como el silencio musical de la partitura que espera expectante la nueva melodía.


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