¿Es Joe Biden un hipócrita?

El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha mostrado su fe católica pese a defender el aborto

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¿Se puede ser católico y defender, al mismo tiempo, el aborto y los postulados de la ideología de género? La pregunta no deja de ser una trampa moral que, en principio, carece de sentido en la medida que resulta obvio que no se puede ser una cosa o la contraria. Más aún: el problema, que tuvo cierta lógica tiempo atrás, ya ni se plantea: todo el mundo –digámoslo así- parece haber asumido la derrota de la moral católica frente a la ofensiva del “progresismo” laicista, impregnado de los postulados de “igualdad” de género y de un lenguaje propio llamado “correcto”.

A nadie se le ocurre hoy hacer chistes sobre la tendencia sexual de alguien como antaño se hacía para mofarse del personaje de turno. Sin embargo, entre algunos obispos norteamericanos se ha suscitado una polémica en torno a si debe darse o no la comunión al presidente Joe Biden, que no ha dejado de afirmar su fe de católico, a pesar de defender el aborto y demás postulados de progreso social, por cierto asumidos como un dogma por las izquierdas y buena parte de las derechas liberales no especialmente conservadoras.

A nadie le importaría que Biden practicase sus creencias a la carta si no fuese presidente de la primera potencia mundial que, además, pretende asumir un liderazgo moral universal con su defensa de los derechos humanos, los de siempre y los que vengan, según sean inventados por las cabezas pensantes de oligarquías y partidos políticos. Pero, claro, Joe Biden es el inquilino de la Casa Blanca y, como tal, se le exige un cierto comportamiento ético que implica no mentir, no defraudar promesas electorales y, sobre todo, no caer en hipocresía. ¡Y resulta que Biden practica estas virtudes!: no engaña a nadie cuando va a Misa y comulga para después manifestarse abortista.

Más aún: lo paradójico es que ni siquiera se engaña a si mismo… en función de que su comportamiento es similar al de millones de católicos, no solo norteamericanos, sino de todo el mundo. Puede que las nuevas tecnologías y el constante recurso a Internet, como afirmaba tiempo atrás el escritor Nicholas Carr, nos esté volviendo cada vez más perezosos y menos inteligentes. El caso es que, salvo algunos obispos, nadie parece escandalizarse por la fe de Biden y de tantos compatriotas que han dejado de complicarse la vida exigiéndose fidelidad a los Mandamientos. ¿Quién recuerda que el adulterio –no solo el aborto- la fornicación, la sodomía, la mentira y tantos otros vicios “civicos” asumidos por la sociedad como “normales”, son pecados mortales que exigen el sacramento del perdón y la reconciliación, antes de acudir a la comunión?

Tiempo atrás planteé a un veterano gay, con pareja estable y que afirmaba con vehemencia ser católico, apostólico, romano, cómo podía explicar esa aparente contradicción. No supo darme una respuesta coherente hasta que el Papa hizo aquellas supuestas declaraciones sobre su comprensión por estas situaciones que viven tantos millones de personas. “¡Al fin tenemos un Papa que nos apoya!,”, me dijo… Y se acabó la discusión.

Puede que sí, que hayamos dejado de lado el “vicio” de pensar y, más aún, del examen de conciencia y del arrepentimiento, acaso porque pertenecen a un pasado de oscuridad cultural, que dirían nuestros posmodernos. Pero lo cierto es que la propia fe en Dios nos habla de la misericordia divina que, en buena medida, tiene en cuenta el barro del que estamos hechos. Ya lo veremos en el último día. Mientras tanto…

No obstante, bien está que los obispos estadounidenses polemicen sobre el “caso Biden”, siempre que pueden servir de incitación al pensamiento e, incluso, a la curiosidad por conocer la doctrina católica, tan detalladamente recogida en el Catecismo de la Iglesia. Y si dejamos las hipocresías al margen, bueno sería que los obispos pensaran en otros medios de impartir catequesis sobre las responsabilidades que recaen en los católicos, si es que de verdad tienen fe. Porque antes de cualquier aborto hay un acto sexual, que puede ser violento en caso de violación o placentero en caso de consentimiento.

Hoy resulta muy raro escuchar siquiera una homilía sobre la castidad, los fines del matrimonio e, incluso, la esencia de la Eucaristía o el gozo del amor a Dios, a Jesucristo, a la Virgen María, a San José… que supera todos los goces sexuales. En definitiva, nada hay nuevo bajo el sol, por mucho que se empeñen los nuevos pagamos de este mundo en ofrecernos un paraíso abonado con sexo a tutiplén.

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