Es la hora de las familias

Revista EcclesiaAuxi Rueda

Tiempo de lectura: 3’

"No podemos esconder a los niños de la vida". Esta mañana desayunando escuchaba esta frase de boca nada menos que del Presidente de la Sociedad Española de Urgencias. Es de las más sensatas que he escuchado en meses. Traducido en román paladino: no podemos meter eternamente a nuestros hijos en una burbuja, ni física, ni social o psicológica.

Y todo esto viene al hijo de la tan temida por muchos vuelta al cole. Septiembre era un mes de olor a lápices y pinturas, que se entremezclan ahora con el aroma higiénico del gel hidroalcohólico. Hemos pasado de forrar los libros, a graduarnos Cum Laude en buscar la mejor mascarilla higiénica homologada según la UNE0065. De los nervios de preparar todo el material escolar y la incertidumbre por saber con qué profesores estudiarán nuestros hijos, o si seguirán con sus amigos de siempre en clase, a la inquietud (por otra parte, razonablemente fundada) de una vuelta a las aulas en medio de una crisis sanitaria sin precedentes.

Y hemos de hacerlo con prudencia, sí, pero sin miedo. Sin esconderles de la vida de la que ellos también están formando parte. En su día hubo que poner en práctica el confinamiento para ayudar a contener el ritmo de contagios. Y funcionó. Pero no podemos estar confinados eternamente. Tampoco ellos, los niños. La solución no pasa por plantearse siquiera mínimamente una educación on line o a distancia para la que además ya hemos comprobado que no estamos preparados como sociedad. No se trata tan solo de adquisición de contenidos, sino de que los niños se desarrollen junto a sus semejantes, contacten con ellos con precaución, e interactúen entre sí. Una necesidad de crecimiento personal y social que únicamente puede ofrecer el colegio.

Yo no tengo las claves para saber cómo debería hacerse esta vuelta al cole con plenas garantías. No formo parte de ningún comité de expertos (nótese la ironía). No puedo ofrecer fórmulas magistrales. Pero sí tengo claro una cosa: el papel de las familias va a ser fundamental en los próximos meses. La primera cédula social donde se cuida al ser humano en toda su extensión. Y no sólo médicamente. Porque los cuidados ahora deben extenderse mucho más allá de una toma de temperatura cada mañana antes de coger la mochila.

Muchos de quienes me leéis sabéis ya que tengo dos hijas en edad escolar. Ellas, como otros muchísimos niños, no han tenido contacto apenas con peques de su edad desde el mes de marzo, más allá que los de su propia familia. Han vivido bajo el paraguas de la protección de sus padres, y toda la prudencia del mundo, no sólo por ellas, sino por el cuidado de sus tres abuelos. Sin embargo, pese a que de salud están como robles (gracias a Dios), la carga mental de todo lo que están viviendo se está notando. Y cada una demanda una atención diferente acorde a su edad, con diferentes percepciones de la situación y muy distintas formas de aceptarla. Es ahora cuando los padres hemos de hacer acopio de toda la paciencia del mundo, de mucha mano izquierda, y disponernos a escuchar, comprender, aceptar y acompañar.

Comprender sus miedos, como el que mi pequeña mostraba hace unas noches con lágrimas al prepararse para recibir la visita del Ratoncito Pérez y no saber si éste iba a traer mascarilla. Y quedarnos a su lado para sofocar sus pesadillas, que se han multiplicado desde marzo. Tratar de normalizar lo que siquiera para nosotros es normal. Pero no podemos aislarlos más. No se lo merecen.

Es la hora de las familias. La hora verdadera de sanarnos mutuamente en nuestro hogar. De dar el callo cuando más se necesita, pues esa es nuestra razón de ser. Competencias que no podemos delegar ni a la comunidad educativa ni al Gobierno de turno. Ellos ya serán responsables de haber puesto (o no) todos los medios materiales de protección y los protocolos de acción suficientes en los centros escolares. Ahora nos toca a nosotros, padres, ser verdaderamente responsables con nuestros propios hijos. Pero sin esconderles de la vida, sino haciéndoles partícipes de ella. Aprendiendo a sonreír con los ojos, y lanzar besos bajo la mascarilla.

Religión