Bullying

Revista EcclesiaJosé Antonio Rosado

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Menuda palabra tan fea, sobre todo porque nos viene a nuestra cabeza lo que esta conlleva. No está aún admitida en la RAE, pero todos entendemos que es un comportamiento violento y de acoso físico o psicológico, de forma continuada, a compañeros, bien de colegio, instituto, universidad y también en el plano laboral, este último también conocido como mobbing.

Hay actitudes que machacan a la persona puestas en práctica mediante malas artes. Insultos, desprecios, agresividad. Mentir y crear rumores sobre compañeros con el ánimo de desprestigiarle, desgastarle y llevarle al límite. Manipular todo para hacer ver a quien pueda ser testigo que no es bullying. Ser amable con todos y "majete" para despistar y que no haya cortada. Todo esto, pese a que muchas personas no lo crean, está a la orden del día en todos los ámbitos de la sociedad. Escribo hoy sobre esto porque recientemente me han contado una experiencia cercana y duele la impotencia ante este abuso. También por la pasividad e indiferencia de quienes asisten y actúan como si nada, muchas veces manipulados inconscientemente.

¿Cuál es el papel que deberíamos tener los cristianos si queremos ser coherentes con nuestra fe? Definitivamente, rechazarlo y combatirlo, no evadiendo nuestra responsabilidad. Ante la inmoralidad del acoso en la escuela, en la universidad o en el trabajo, debemos ser duros con quien lo comete y cercano ante quien lo sufre. Las cacerías humillantes a las que algunas personas son aficionadas deben encontrar el repudio de toda la sociedad y especialmente del pueblo cristiano. El desgaste que sufre la persona atacada puede llegar a extremos irreversibles. No es un juego ni puede ser un pasatiempo de quien o quienes lo cometen.

Todos tenemos el derecho a vivir con la dignidad que ello conlleva. El cristiano debe tener esto claro y ser empático. "Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos, a mí me lo hicisteis". Con esta frase de Jesús debería darse por zanjado este debate y poner fin a toda actitud dañina hacia un compañero de trabajo o colegio. Pero como somos humanos y nos invaden las contrariedades, hay muchos cristianos que se despistan y fallan. No solo mirando para otro lado ante el bullying, sino también siendo ellos sus iniciadores. Ante un conflicto, dialogo. Ante un encontronazo, ánimo de encontrar una solución. Ante cualquier alteración, adaptación. No cabe batalla para minar a quien no te cae bien o a quien no va contigo. Son los padres, en el plano escolar, quienes han de actuar y asegurarse que sus hijos ni cometen ni lo padecen. Son los jefes, en el plano laboral, quienes han de velar porque no haya quien lo haga ni quien lo sufra. Si ambos, padres y jefes, lo subestiman, lo dejan pasar o incluso se posicionan a favor del pernicioso, el daño se multiplica, el mal se enraíza y la paz desaparece permitiendo una tiranía que perturba los objetivos de la persona que solo quiere aprender y aprobar en el colegio o hacer bien su trabajo y consolidar los objetivos en la empresa.

En la Iglesia debemos ser los primeros en combatir esto sin lugar a dudas. Diversas formas de odio, divisiones, difamaciones, venganzas, envidias, ansias de imponer unas ideas a toda costa o hasta persecuciones como si fuesen una auténtica caza de brujas, no tienen cabida entre quienes tenemos a Jesús como Padre y Maestro. La vida de los santos son ejemplos a seguir. Si en nuestra vida cristiana, laboral o con nuestros hijos en la escuela tenemos este comportamiento o lo toleramos, ¿qué ejemplo está dando el cristiano?

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