La ira de Jesús con los judíos que han dejado de ser fieles, protagonista del Evangelio de este domingo

El periodista y sacerdote Josetxo Vera, nos da las claves en 'Chateando con Dios' del Evangelio de este domingo, 14 de marzo

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Recordaremos el enfado de Jesús la pasada semana al encontrarse convertido el templo de Jerusalén en un mercadillo con animales. La casa del Señor como un mercadillo. Es la ira de Jesús. Este domingo, escucharemos en la Primera Lectura la ira del Señor ante los judíos que han dejado de ser fieles: los jefes de los sacerdotes y el pueblo han sido infieles, han cometido las abominaciones de los gentiles, han manchado el templo.

Y entonces, se manifiesta el castigo del Señor, que es el destierro. Llegan unos invasores a Jerusalén, deportan a todo el pueblo de Israel y el templo queda destruido. No ser fiel al Señor tiene consecuencias. Pasan cosas graves cuando la infidelidad es del pueblo, y es su conjunto el que queda desterrado.

Dios siempre es fiel. Pasados los años, el rey Ciro en Persia recoge al pueblo de Jerusalén y lo devuelve a la Tierra Prometida y además reconstruye el templo. Es, por tanto, un momento de alegría. El Señor responde a la infidelidad con el castigo, pero luego mantiene su fidelidad y lo rescata y les construye otra vez un templo.

Esta enseñanza es valiosa para nuestra vida cristiana. Podemos ser infieles al Señor, pero vivimos con la conciencia de que el Señor siempre es fiel. En Cuaresma, es especialmente valioso porque revisamos nuestro corazón para ver en qué realidades no fuimos fieles al Señor. Cual es nuestro pecado y lo que debemos cambiar, pero con la tranquilidad de que el Señor mantiene la fidelidad con nosotros.

En el salmo, escucharemos una expresión, y es el castigo que pedimos para cuando no somos fieles: “Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me pegue la lengua al paladar”, que es un castigo poderoso.

No podemos olvidarnos del templo donde Dios vive y del Señor que vive en el sagrario de nuestras iglesias. Ojalá lo vivamos así en Cuaresma, dándonos cuenta de que Dios tiene un lugar y una presencia, y nosotros estamos abiertos. En el Evangelio, Cristo remarca la idea de para qué ha venido al mundo: “He venido para que el hombre tenga una vida eterna, que el mundo se salve”.

Es decir, ha venido para que tu vida no se acabe y tenga una eternidad plenamente feliz. Es el compromiso del Señor, que no viene para condenar o juzgar, sino para salvarnos. Si nos preguntan cuál es el fin de los cristianos, nuestro horizonte es la eternidad feliz. Y esa felicidad se alcanza creyendo en el Señor.

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