Las dos enseñanzas de la Parábola de las diez doncellas, protagonistas en el Evangelio de este domingo

El periodista y sacerdote Josetxo Vera nos da las claves en 'Chateando con Dios' del Evangelio de este domingo, 8 de noviembre

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El Evangelio de este domingo nos vuelve a decir que el Reino de los Cielos se parece a una gran fiesta de bodas. Esta vez parece más sensible con el tema del "confinamiento" y el mismo Evangelio nos dice que hay que cerrar las puertas y hacer la fiesta dentro.

Es una parábola que pone el Señor en relación con el Reino de los Cielos donde se va a celebrar una gran boda y el invitado todavía no ha llegado a la casa y le están esperando diez doncellas, “cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas”.

En medio de la noche aparece el Señor y les avisa de salir a la puerta para recibir al invitado. “Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas" Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.

Las necias salieron a comprar, pero encontraron todos los comercios cerrados y cuando volvieron a la casa las puertas estaban cerradas y la celebración estaba teniendo lugar sin ellas por qué no habían sido sensatas y se habían olvidado de preparar las cosas.

El Señor nos dice que hay que estar preparados para el Reino de los Cielos, no es una imposición sino una propuesta que Dios nos hace y que nosotros acogemos con nuestras buenas obras. Hay que vivir en gracia de Dios, en una relación personal con Jesucristo procurando atender a los Diez Mandamientos, las Obras de Misericordia, atender la vida de caridad con el prójimo.

Vivir como las doncellas necias que no tenían ni siquiera el aceite para las lámparas es lo que hace mucha gente que vive de espaldas al Señor que algún día nos preguntará: “Estás preparado?”. En ese momento no da tiempo a rehacer todas las cosas que hemos dejado de hacer. Es preciso que estemos preparados para el encuentro con el Señor y no sabemos “ni el día ni la hora”.

Para que no perdamos el ánimo escuchamos en la Segunda Lectura una enseñanza entorno a los que han fallecido. San Pablo nos explica de no tener miedo ni perder la esperanza: “Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él”. Ese es el gran sello de la vida cristiana, la resurrección entre los muertos.

En este mes de noviembre, en que encomendamos de manera especial a los difuntos, está bien tener esa esperanza: el Señor nos acompaña en la muerte para ofrecernos una vida eterna. Estas dos enseñanzas nos vienen bien hoy: hay que estar preparados para el Reino de los Cielos y hay que tener la esperanza firme en que todos los que han muerto en Cristo resucitan con Él.

Y este domingo no hay que perderse el salmo, un canto de esperanza en el Señor. “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansía de ti” dice el Salmo. Esta oración nos puede ayudar en nuestro día a día para pedirle al Señor que se haga presente en nuestra vida.

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