Ese "algo" que hace irresistibles a los cristianos

Pentecostés es revivir el envío del Espíritu Santo, el nacimiento de la Iglesia y nuestro envío como embajadores del Amor de Dios al mundo

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Hoy es Pentecostés. Esto quiere decir que se cumple - con este - 50 días de que celebráramos la Pascua de Resurrección. Es decir, venimos de la alegría por vivir sabiendo que Jesús vive y que, a pesar de su Ascensión, permanece en nosotros - todo un Dios - en la humildad del pan y el vino. Porque sí, hoy es el día en que se funda la Iglesia. Si la Resurrección es la "Pascua que se celebra", Pentecostés es la "Pascua que se envía".

El propio Jesús lo recuerda en el Evangelio: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Dios Padre envió a Jesús al mundo para darle a conocer como Padre, para anunciar el Reino de los Cielos y recordarnos su amor inmenso, infinito y desesperado por cada uno de nosotros. Pues, así, nos envía Jesús a nosotros. Para que podamos testimoniar y ser testigos de esto que hemos recibido, conocido y esperamos ver, no bastan sólo las fuerzas humanas.

Esas es una de las razones para el envío del Espíritu Santo. Esa llama, ese ardor en el corazón, es lo que nos impulsa a contar a los demás, con palabras y con la vida, esa noticia del Amor tan grande que hemos recibido. Un Amor que por nosotros mismos no merecemos, pero que nos es dado y nos salva. Ese amor que se convierte en ese "algo" que nos tiene que hacer irresistibles ante el mundo y los demás.

¿Quiere decir que los demás no lo son? Al contrario, igual que nosotros. En eso consiste: en hacérselo ver. Recordar es una palabra muy útil para hablar del Espíritu Santo - en mi opinión - porque significa "volver a pasar por el corazón". Ahí radica el hablar de Dios a los demás: recordar cómo nos ama para ponerles a ellos frente a esa misma pregunta.

Sin ese amor y ese impulso del Espíritu, nadie creería que han habido hombres y mujeres de todos los tiempos que se han dejado matar por su fe, ni que los hay hoy. Tampoco en los misioneros, que han renunciado a todo por irse a los rinconces más recónditos del mundo a hablar de este Amor, para que todos lo conozcan. Los sacerdotes, las monjas, las personas consagradas, los matrimonios, los laicos...todas tienen en común ser respuestas de amor al Amor. Es nuestro granito de arena y, todos, son Iglesia.

La Iglesia es el lugar, como María, donde guardar ese fuego, donde avivarlo y mantenerlo con oración, con la Palabra y los Sacramentos. Ese fuego que le sirve de guía a la Iglesia, es el que vuelve a bajar del cielo para nosotros, con el mismo mensaje del Cielo: "Así os envío Yo".

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