Preparar y afrontar el examen del amor

Jesús anuncia que volverá. No es un anuncio muy delicado, o eso parece. Pero hay que rascar un poco, porque es la esperanza que tenemos los cristianos. 

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En esta ocasión, el Evangelio pone los pelos de punta. Los discípulos se quedarían de piedra después de escuchar lo que les dice Jesús. No entenderían ni media palabra. Ángeles, estrellas que se caen, sin luna y sin sol. Jesús les habla del final de los tiempos, de su venida gloriosa, como Rey, coincidiendo con el final de nuestro año litúrgico.

El tono de Jesús es una advertencia. Hay que tomárselo con seriedad. Desde luego, el mensaje lo merece. Ver a Jesús venir después de que las estrellas y los planetas se tambaleen es una imagen que puede aterrar. Estamos acostumbrados al Jesús que perdona, que enseña y hace milagros. Puede parecer que nos lo han cambiado. No. Es el mismo. Toda la vida de Jesús ha sido cumplir la palabra recogida en la Biblia, de los profetas y dejar constancia de sus mensajes a la espera de ese momento. Se ha mostrado como Dios a los hebreos, y a todos nosotros, y como tal va a volver. En eso creemos.

Es parecido a afrontar un examen que te han puesto con tiempo en el calendario. Hay que estudiarlo con antelación, hacer ejercicios y prepararlo para hacerlo lo mejor posible. Jesús ha dejado las instrucciones y el material en el Evangelio después de subir al cielo. Ahí esta todo explicado. Él mismo lo dice. Su palabra se va a cumplir desde la primera mayúscula al punto y final. La diferencia más grande es que sólo Dios Padre sabe cuándo va a poner el examen. Él nos ha enseñado los ejercicios que “van a entrar”: las parábolas y su propia vida, para que lo apliquemos a las nuestras. Siguiendo esas guías, junto a la oración y los Sacramentos se puede ir preparado al examen, que no es de otra cosa, como decía San Juan de la Cruz, que del amor.

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