La vida, ¿para consumirla...o para darla?

Jesús recurre a una parábola para recordarnos que la vida se nos ha dado para algo más que para acumular cosas materiales

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Tener una buena formación, conseguir un buen trabajo, promocionar, ascender, acceder a un sueldo mayor, fama, coches, vacaciones...nada. Eso es lo que Jesús viene a decirnos en el Evangelio de hoy, que el dinero y los logros humanos sólo son eso: cosas materiales. El Señor vuelve a recurrir a una parábola, un pequeño relato con ecos de eternidad, para explicar este mensaje tan contundente.

Los judíos que ya habían visto y oído a Jesús le tenían por "Rabbí" (Maestro), un experto en leyes y un referente moral. Por eso, le piden entre el público que le escucha que medie en el reparto de una herencia. Jesús tiene clara la enseñanza y aprovecha ese contexto que le plantean para darle la vuelta y devolver la disputa a cada persona de cara al sentido de su propia vida. Porque, además de Maestro, viene de parte del Padre a algo más que eso. Por eso, lo primero que hace es desentenderse de las disputas humanas: "¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?", pregunta en el Evangelio.

Después, comienza a exponer esa parábola que busca cambiar los corazones y las miradas de los hombres de todos los tiempos. "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes".

"La vida no depende de los bienes". Tener, conseguir, promocionar, ascender, consumir, comprar...no vale para nada si lo que está en juego es nuestra vida. Con esto, Jesús no quiere decir que poseer bienes materiales sea malo o que el dinero sea, en sí, malo. Precisamente, por eso son "bienes".

Sin embargo, lo que hace Cristo es ponernos frente al espejo de nuestra vida, que tiene fecha de caducidad, para preguntarnos desde este mensaje del Evangelio: "¿De verdad crees que la vida te la ha dado Dios para que le des sentido en las cosas materiales?" "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?", dice Jesús. Desde la contundencia y radicalidad de la verdad, se sabe que al cementerio se va sin equipaje.

Tras las parábolas de Jesús se esconde un profundo mensaje de amor por el hombre y una corrección filial de parte de Dios. Si nos habla a nuestra dependencia de lo material y al riesgo de transformar eso en el sentido de nuestra vida, es porque nuestra vida está hecha para algo más grande.

La vida, el don que se nos ha dado y que no hemos hecho ningún mérito para merecer, exige una respuesta. En toda persona está esa inquietud, y taparla con el dinero es responder, sí, pero no llenar ese anhelo tan profundo. Es querer regar el desierto con una gota de agua.

En nuestro caso, los cristianos, esa respuesta es "dar lo que se nos ha dado" - con la dificultad que implica - no "consumir". Y lo que se nos ha dado, es Amor y una llamada a volver a ese Amor que nos ha dado el ser, la vida. Dedicar la vida a consumir, puede acabar consumiéndonos a nosotros. Ahí, la libertad de maniobra y de conciencia de cada uno.

Esta parábola de Jesús es un recordatorio de que la vida vale más que para poner en el epitafio de nuestra tumba cuánto dinero conseguimos tener, cuántas casas, pisos y coche o si fuimos el periodista, el político, el médico o el abogado más famoso. No estaríamos para verlo.

El Evangelio, Jesús, vuelve a llamarnos a invertir la vida en la Vida. Como asesor, nos recomienda hacer una buena cuenta de ahorro en darse, en amar, en cuánto hemos dado, en lugar de cuánto hemos consumido.

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