Señor, que vea...y no te pierda de vista

Jesús se encuentra con el ciego Bartimeo y le pide que le devuelva la vista. ¿Podemos estar ciegos hoy, no saber donde está Jesús?

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Nuevamente, Jesús camina por los pueblos. Debía ser la noticia del momento. Me imagino cómo entre las gentes del lugar irían expandiéndose las palabras y obras de Jesús para generar tanta expectación. El que cura enfermos, hace milagros y dice que Dios me ama, viene al pueblo. Solo podía ser sinónimo de que nadie se iba a quedar igual después de verle, escucharle, e incluso, tocarle.

Para las gentes del momento, ver a alguien que se decía Dios, hacía milagros e iba a su encuentro sería lo mejor que les ocurriría en su vida. Estaban acostumbrados a los profetas quizás, pero ese Jesús, tan pronto sanaba a quien lo necesitaba, como multiplicaba el pan y el pescado para que muchos pudieran comer. Es por eso por lo que el ciego Bartimeo, al enterarse de que Jesús estaba por allí solo pudo pensar: "Este es del que he oído que todo lo puede curar, tengo que encontrarme con Él como sea".

Al ser ciego le grita en varias ocasiones y, según recoge el Evangelio, usa una palabra muy acertada para referirse a Él. Ten «compasión» de mí. Compasión viene de las lenguas clásicas y significa "sufrir con alguien". Lo que dice Bartimeo a Jesús es: "Hijo de David, sufre conmigo lo que estoy sufriendo". En este caso, es la ceguera, pero a eso vino Cristo en parte, a "sufrir con nosotros". Después de todo, lo hizo hasta la muerte, precisamente, para salvarnos de todo sufrimiento y regalarnos el cielo. En definitiva, para decirnos hoy que todo está sufrido y salvado por Él. Ante el sufrimiento es a Él al que hay que mirar, es quien le dio sentido haciéndolo por Amor.

Pero eso no es todo. Le dicen: "Levántate, que te llama". Jesús llama al que sufre, no pasa de largo, responde al que le llama. En el caso de Bartimeo le pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?" Si hoy nos hicieran esa pregunta, no sabría qué decir. Pero para el ciego es obvio: "Señor, que vea". Y Jesús le devolvió la vista y Bartimeo no pudo sino seguirle. Jesús le dice que lo ha curado por su fe, porque ha confiado en que sólo Él podía hacerlo.

El grito del ciego es el nuestro, el de nuestro corazón. Y la ceguera puede traducirse en muchas cosas. En nuestra vida, puede hayamos puesto delante muchas cosas que nos impidan ver a Jesús en los demás y en lo que Él nos tenga preparado. Bartimeo podría haberse quedado quieto y haberse callado cuando le regañaban. Pero gritó hasta que le llamó Jesús. Esa es la fe que Jesús le reconoce, dar el paso, buscarle. Él quería ver, pidió y vio. Después, siguió a Jesús.

El cristiano es el que sigue a Cristo, el que ha visto o quiere verle de corazón. Jesús no es una máquina de favores. "Señor, quiero que me asciendan", o "Señor, quiero que mi pareja cambie", y con un click está hecho. Jesús sigue pasando por nuestras vidas como pasaba por aquellos pueblos, curando nuestras heridas. Quizás solo haga falta buscarle, incluso gritar como hizo Bartimeo. Aunque sea Dios, muriera, y resucitara por todos, nos sigue preguntando aun así: "¿Qué quieres que haga por ti?". Dos mil años después seguimos necesitando que Jesús nos dé fe para pedirle, no sólo volver a ver, si no no perderle de vista.

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