Sábado de la Octava: El reproche misericordioso y la misión

Jesús Luis Sacristán García

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La Octava de Pascua, junto a la Semana Santa tienen tal fuerza que se podría decir que tienen luz propia como no era menos de esperar. De hecho Solemnidades como San José o la Encarnación si coinciden con uno de estos momentos quedan trasladadas a otro día. Esta semana de la Octava en la que estamos, la Liturgia no ha celebrado San Marcos o San Isidoro de Sevilla, y lo mismo sucede hoy con la memoria de Nuestra Señora de Montserrat, pero obligado es decir dos líneas de la Moreneta llamada así por el color oscuro de la Imagen a causa de la cantidad de velas que se le enciende con el paso de los tiempos y cuyo culto se conoce desde el siglo IX.

Y hoy estamos en el Sábado de la Octava de Pascua, que es el VII día de Pascua. Los Apóstoles están en el apuro de responder al Sanedrín que les prohíbe enseñar en Nombre de Cristo. Los Once demuestran con valentía una vez más que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Los saduceos y fariseos no se quedan quietos y les intimidan, pero Pedro y los demás dan gloria a Dios con ese momentos.

El Senado, no teniendo nada más que alegar no tienen más remedio que ceder porque no tienen pruebas que les puedan dejar en la cárcel. Entretanto el Evangelio da el turno ahora a San Marcos quien relata una de las apariciones del Señor Resucitado. En este Pasaje las mujeres cuentan emocionadas que han visto al Resucitado y no les creen.

Pero lo mismo ocurre con dos discípulos que vienen de una aldea corriendo acontar lo que les ha pasado. Al final el propio Señor se les aparece recordándoles todo lo que estaba escrito acerca de Él. Así les recuerda que son incrédulos. Pero cuenta con ellos y les envía a Galilea a predicar con el recuerdo del punto de partida que es donde comenzaron a seguir al Maestro.

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