Santoral

San Crispín de Viterbo, contemplativo de Dios en la naturaleza

Después de un periodo de reflexión, se acerca a la Orden de los Capuchinos, descubriendo allí el camino al que Dios le encaminaba para su santificación

Lo más importante del misterio pascual es que al resucitar el Señor nos abre als Puertas del Cielo para ser hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Hoy celebramos a San Crispín que profundizó en el amor fraterno tal y como Cristo pide para que se reconozca que somos sus discípulos. Nace en Viterbo (Italia) en 1668, y le bautizan con el nombre de Pedro que luego cambiará, siendo enviado por sus padres a realizar estudios en los jesuitas.

Pronto llega el momento de tomar una decisión acerca de la vocación a la que es llamado en la vida. Después de un periodo de reflexión, se acerca a la Orden de los Capuchinos, descubriendo allí el camino al que Dios le encaminaba para su santificación y perfección de vida. En la profesión religiosa cambia su nombre –Pedro- por el de Crispín-, marchando a Tolfa por espacio de tres años.

Pero su apostolado también abarca Roma, además de Albano, Monteredondo y Orvieto, donde el Cielo le bendice con numerosos frutos espirituales y pastorales. Ante los problemas surgidos en la Orden se mostró optimista, manteniendo siempre las exigencias para avanzar en el camino de la perfección. Su sentido del humor se hizo notar en cada instante, así como su ayuda a los enfermos que venían a verle, y a los que curaba con las hierbas medicinales que cultivaba en el Convento.

Su espíritu de santidad y sencillez contagió a cuantos le escuchaban en sus predicaciones y exhortaciones. Al igual que San Francisco de Asís, descubría la presencia del Señor en todas las cosas creadas y en la naturaleza, llamándoles hermanos con un sentido sobrenatural. San Crispín de Viterbo muere en el año 1750 y es el primer Santo que canoniza al llegar al Pontificado el Papa San Juan Pablo II.


dd/mm