SANTO 10 ENERO

San Gonzalo de Amarante, testigo del Dios que se nos ha manifestado

Hoy recorremos al vida del portugués San Gonzalo de Amarante.

Jesús Luis Sacristán García

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La Epifanía en el apéndice de la Navidad muestra esa manifestación de Dios que no deja de mostrar su condición Divina y su Encarnación y Venida para salvarnos. Es el paso del Señor por la vida del hombre invitándole a ser testigo de cuanto ha aprendido de su misericordia y su amor. En este día celebramos a San Gonzalo, un hombre caracterizado, sobre todo, por su testimonio. Nacido en Tagilde (Portugal), desde pequeño, el Arzobispo de Braga le forma para ser sacerdote, encomendándole a la Abadía de San Pelayo.

A la vista saltan las cualidades que posee. Entregado totalmente a los fieles, convierte más a las almas por el testimonio de las buenas obras que por la palabra de sus sermones. En su opción por los pobres, se viste con sencillez y les entrega cuanto puede a ellos. Pronto marchará a los Santos Lugares, dejando el Monasterio al cuidado de un sobrino suyo.

En Tierra Santa vive una fuerte experiencia de Fe. A los catorce años de haberse ido a Palestina, le sobreviene la prueba de encontrar relajado el Convento, como desviado había quedado su sobrino al que tiene que expulsar. Desde entonces pasará por diversos caminos: la vida eremítica y, posteriormente, vestirá el hábito dominico. Con la autorización de los superiores marcha a llevar una vida más mística en el oratorio de Amarante. Así compagina oración, mortificación y entrega total por el Reino de los Cielos. 

Muere tras el sufrimiento de una grave enfermedad, encomendándose a la Virgen como un gran hijo suyo y discípulo de Cristo. Los últimos años de su vida son un fiel reflejo de la caridad desde el amor a Dios y al prójimo, traducida en todas las obras de misericordia que realizó hacia los otros, sabiendo que se lo hacía al propio Señor.

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