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Cuenca, testigo de los amores de un rey licencioso y del secreto de los inquietantes ojos de la mora

Cuenca, testigo de los amores de un rey licencioso y del secreto de los inquietantes ojos de la mora

Foto Drone Romeo FJ

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 23:53

Cuenca es belleza, arte, magia y, sobre todo, piedras que guardan secretos y cuentan historias.

Desafiando la ley de la gravedad, sus Casas Colgadas, con historia y nombres propios. Dos de ellas llamadas de los Reyes, por haber sido lugar de estancia para monarcas que visitaban la ciudad y otra, la Casa de La Sirena, cuya historia cabalga entre la realidad de las aventuras de un rey licencioso y la tragedia de una hermosa joven. Es historia que Enrique de Trastámara acudió a la ciudad para agradecer el apoyo que los conquenses le habían prestado en las cuitas contra su hermano Pedro I el Cruel al que, finalmente daría muerte, convirtiéndose él en el rey Enrique II de Castilla.

Cuenca, testigo de los amores de un rey licencioso y del secreto de los inquietantes ojos de la mora

Foto Drone Romeo FJ

Partiendo de ese hecho, hay una historia que, en Cuenca, se transmite de padres a hijos. Dicen que Enrique se enamoró perdidamente de una joven conquense llamada Catalina y que después de que ella diera a luz a un hijo en común, él tuvo que ausentarse ordenando que, mientras estuviera fuera, Catalina y el pequeño Gonzalo quedaran recluidos en una de las casas colgadas. Tiempo después, influenciado por un hechicero, mandó que asesinaran al niño pero, Catalina, antes de entregar al pequeño a los verdugos, decidió saltar al vacío con él en brazos. Desde entonces, en las noches de tormenta, se pueden escuchar unos lamentos que algunos comparan con un canto triste de sirena y que suben desde la hoz del Huécar hasta los balcones que fueron testigos de la historia de Catalina y su pequeño. Eso dice la tradición popular, aunque en un viejo escrito que se guarda en la Catedral de Sevilla, se asegura que Gonzalo llegó a la edad adulta y ejerció como escribiente y notario en Cuenca.

Cuenca, testigo de los amores de un rey licencioso y del secreto de los inquietantes ojos de la mora

Superada la angosta pendiente que nos lleva al corazón mismo de la ciudad, nos aguarda la Plaza Mayor flanqueada por conventos, casas blasonadas y coronada por la Catedral, una catedral inacabada después de sufrir múltiples y trágicas vicisitudes. Construida sobre una antigua mezquita, en el siglo XV, un rayo provocó un incendio que afectó al cimborrio y tres siglos más tarde una vela fue la causa de que se quemara todo el coro recién inaugurado. En los albores del siglo XX, la Torre del Giraldo se derrumbó mientras los campaneros repicaban las campanas. El derrumbe se cobró varias vidas, entre ellos las de algunos niños y, como señal de duelo, seis de las ocho campanas no volvieron a sonar jamás, porque fueron fundidas. Desde entonces, la hermosa catedral, el sueño de Alfonso VII y su esposa Leonor de Plantagenet, hermana de Ricardo Corazón de León, sigue mostrándose inacabada. Bajo sus cimientos dicen que persisten secretos pasadizos que los árabes habrían construido para ocultar sus tesoros y como vía de escape en caso de ser asediados.

Cuenca, testigo de los amores de un rey licencioso y del secreto de los inquietantes ojos de la mora

Al otro lado de la Plaza Mayor, desde el mirador que se abre a la Hoz del Júcar, el paisaje resulta impactante e inquietante con unos ojos que nos observan desde el centro mismo de la montaña y cuyo color los alumnos de la Escuela de Artes y Oficios renuevan cada año, como homenaje a Zaida, una joven árabe bellísima a la que, según la leyenda, su padre quería casar con un amigo de la familia, pero ella estaba enamorada de un joven cristiano al que había conocido en uno de sus paseos por los alrededores.

Desafiando los deseos del padre de Zaida, los jóvenes enamorados, se citaron en un cerro de las afueras para huir juntos y casarse en secreto. La familia de la chica descubrió su plan y asesinó al joven antes de que llegara al punto de encuentro. Cuentan que el espíritu de la bellísima mora, vaga por ese lugar y que, desde sus ojos nacidos en el corazón de la piedra, brotan tantas lágrimas que forman dos pequeñas lagunas a los pies del cerro. Son los impactantes e inquietantes “Ojos de la Mora”.

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