Carta pastoral del obispo de Segovia: Nadie puede salvarse solo

César Franco reflexiona sobre lo que "la pandemia nos deja como herencia": Acrecentemos nuestra común pertenencia a una sola humanidad"

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El mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero subraya algo esencial de la condición humana: su solidaridad. El hombre es un ser social por naturaleza y necesita de los demás para lograr su madurez integral en todos los aspectos de la vida. La salvación cristiana también se ha realizado solidariamente al asumir el Hijo de Dios nuestra naturaleza humana para entregar su vida por los hombres: nadie se salva solo, sino en la comunión con Cristo, cabeza de la humanidad renovada.

El Papa Francisco pide a la Iglesia y al mundo entero iniciar una etapa nueva, marcada por la experiencia del COVID-19 y por la guerra en Ucrania. Ambas situaciones han puesto de relieve la vulnerabilidad del hombre y la arrogancia de las pretensiones materialistas basadas solo en la técnica, la economía y el progreso que no tiene en cuenta la vocación del hombre a la trascendencia. La pandemia ha traído consigo mucha desesperanza, inseguridad, sensación de fracaso ante la búsqueda de la vacuna eficaz, pérdida del sentido de la vida, mayor pobreza entre los más necesitados y profundos sentimientos de derrota y amargura. «La pandemia —dice Francisco— parece haber sacudido las zonas más pacíficas de nuestro mundo, haciendo aflorar innumerables carencias» (Mensaje, 2).

Junto a estos aspectos negativos, la pandemia nos deja también como herencia «la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común y en que nadie puede salvarse solo» (Mensaje, 3). Acrecentemos, por tanto, nuestra común pertenencia a una sola humanidad donde caben discriminaciones debido a lenguas, culturas, credos y otras barreras que los hombres levantan para protegerse de los demás en un descarnado egoísmo.

La guerra en Ucrania ha puesto de relieve, dice el Papa, que no solo existe la pandemia del COVID-19 sino otra más peligrosa «impulsada por decisiones humanas reprobables» (Mensaje, 4), que afectan «de forma generalizada e indiscriminada a todo el mundo» con efectos colaterales como, por ejemplo, la escasez de trigo y los precios de combustible. El cinismo de quienes hablan de negociaciones de paz mientras insisten con odio pertinaz en sembrar la muerte, la destrucción y desolación entre gentes inocentes no tiene límites. En la Jornada Mundial de la Paz, Francisco pone en paralelo el virus del COVID-19 y el virus de la guerra contra el cual no se ha encontrado aún una «vacuna» eficaz. La guerra en Ucrania, y las de otros conflictos en el planeta, «representa una derrota para la humanidad en su conjunto y no solo para las partes implicadas […] el virus de la guerra es más difícil de vencer que los que afectan al organismo, porque no procede del exterior, sino del interior del corazón del hombre, corrompido por el pecado» (Mensaje, 5).

Necesitamos con urgencia recuperar la conciencia de la fraternidad universal y la necesidad de conversión al Dios de la vida que nos pide cuenta de la sangre inocente derramada, como pidió cuenta a Caín de la de su hermano. El tiempo de Navidad, y en especial la Jornada de la Paz, nos recuerda que el Hijo de Dios ha derrotado, con su encarnación, todo tipo de particularismos egoístas que nos enfrentan a los demás. Los retos de nuestro mundo solo pueden hallar solución en la responsabilidad y compasión hacia todos, en el cuidado de los demás como miembros de la única familia humana, en la lucha contra las ideologías que cultivan el odio, el rechazo de los diferentes y, en último término, el egoísmo de quien piensa que puede salvarse solo al margen del destino de los demás.

+ César Franco

Obispo de Segovia


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