Así ayuda la Infancia Misionera al desarrollo de las comunidades indígenas en Yurimaguas

El misionero laico Jaime Palacio, coordinador de la Fundación Corazonistas, explica que la creación de internados permite a los niños estudiar la Secundaria y labrarse un futuro

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Cuenta Jaime Palacio, coordinador de la Fundación Corazonistas, que en la residencia del obispo del vicariato apostólico de Yurimaguas, una ciudad de unos 40.000-50.000 habitantes en la que comienza la selva amazónica peruana, hay un cuadro histórico de la selva con tres edificios: la catedral de la Virgen de las Nieves, una escuela y un hospital. «La catedral nos habla de la fe y de la presencia misionera en esta tierra, que se remonta a los siglos XVI y XVII. Y esa escuela y ese hospital, los primeros que se construyeron, evocan los campos de la educación y la sanidad, que hoy siguen siendo los destinos prioritarios de la ayuda que proporciona la Infancia Misionera». La Iglesia española celebra hoy domingo, 15 de enero, esta Jornada bajo el lema «Uno para todos y todos para Él».

Palacio sabe de lo que habla. No en vano ha pasado doce años junto a su esposa como misionero laico en aquel trozo de paraíso, siendo beneficiario de parte de esos fondos que tanto bien permiten hacer.

Ingeniero industrial de profesión, este madrileño de 48 años, casado y padre de cinco hijos de entre 4 y 14 años, llegó a Yurimaguas en 2006 y hasta 2019 trabajo en varias etapas en la pastoral rural y en la educación de los niños y jóvenes de las comunidades indígenas. Entre sus cometidos, además de las clases: la puesta en marcha de una «red de hogares interculturales» en el vicariato que ha sido luego utilizada como modelo en otras zonas de la selva.

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Jaime Palacio llegó a Yurimaguas con 31 años. Dio «el salto» con su esposa —ambos con experiencia previa en España en el mundo del voluntariado— después de pasar varios años esperando a que se concretase un proyecto en comunidad junto a otras personas, religiosas y laicas, que nunca cuajaba. Al final decidieron dar «un golpe en la mesa» y no esperar más. «Ahora o nunca», se dijeron. Y se lanzaron a la piscina. Dejaron familia, amigos y unos trabajos estables —él en Metro de Madrid— y partieron a la selva, donde la electricidad y las comodidades brillan por su ausencia, a trabajar por los más desfavorecidos. Acabaron en Yurimaguas, un lugar en el que «tienes la sensación de que has llegado al fin del mundo, o por el contrario, al paraíso», y empezaron a trabajar con las muchas comunidades que hay en las riberas de los ríos.

En Perú, los habitantes de la selva amazónica viven en la pobreza, olvidados de las autoridades políticas, independientemente del color de estas. El desarrollo beneficia ante todo a la zona de costa y, en menor medida, a la sierra. Pero a la selva el desarrollo no llega más que cuando las carreteras son estrictamente necesarias para explotar sus ricos recursos, ya sean estos mineros, madereros o de otras industrias extractivas. El porvenir es del mismo color que el petróleo que transporta el oleoducto que cruza el vicariato rumbo a las refinerías de la costa, cuyas fugas contaminan el medio ambiente. Los niños estudian Primaria, pero luego la cosa se complica debido a las distancias y la dificultad de los desplazamientos.

Los internados

Jaime y su esposa colaboraron en la puesta en marcha de un colegio y un internado para niños indígenas. En la selva, decir internado equivale a decir posibilidad de desarrollo. «Los internados —explica el misionero— suponen universalizar de verdad la educación secundaria, y que las niñas puedan también estudiar. Nosotros creamos uno: el primer año vinieron 15 chavales, y al año siguiente se llenó de chicas. ¿Por qué? Porque sus padres sabían que las íbamos a cuidar. Si no estudian la Secundaria, los chicos se casan antes, tienen hijos antes y no escapan del ciclo de pobreza instalado en sus comunidades. Gracias a los internados, pueden seguir con sus estudios y aprender un oficio con la Formación Profesional. Los Corazonistas, además, tienen una escuela de formación superior, y hay un internado para maestros. Si consigues que esos chavales que se forman para maestros vuelvan a sus comunidades, con su cultura, puedes empezar a soñar una realidad diferente para estas».

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Los niños de este internado interétnico del vicariato de Yurimaguas reciben ayuda de Infancia Misionera para alimentación / OMP.

El proceso, no obstante, no es fácil, porque el Estado no ayuda. La iniciativa parte siempre de la Iglesia, que ve una necesidad y empieza un proyecto, llámase escuela, internado, hospital… Y es ahí donde resulta vital la ayuda de Infancia Misionera, para sostener esta primera etapa hasta que se produzca el reconocimiento legal por parte de la Administración y posteriormente, a base de insistir, lleguen las ayudas. «El Estado no te da nada hasta que no hay algo creado. La ayuda de Infancia Misionera se destina sobre todo a salud y a alimentación, a dar de comer en las escuelas», cuenta Palacio, que añade: «Los profesores los puede poner el Estado, a veces ni eso, pero necesitas sostener aquello. Gran parte de las ayudas es para los internados».

Sanidad

El otro destino de los fondos de Infancia Misionera en Yurimaguas es la sanidad. «La Iglesia ha extendido la salud por todas las zonas rurales», relata el misionero. «En las comunidades la gente se moría por cualquier cosa. Lo que había era el conocimiento ancestral de los chamanes, que hacían lo que podían. Los primeros proyectos de difusión de la salud en los caseríos los ha hecho la Iglesia, que tiene que seguir sosteniéndolos».

El coordinador de la Fundación Corazonistas refiere lo precario del sistema de salud para las comunidades ribereñas, pues «cualquier atención que requiere de un poquito más de atención, una infección, un parto complicado, no se puede hacer porque requiere de una evacuación que no siempre es posible». La Iglesia tiene muy presente esta realidad. «En Yurimaguas hay un hogar en que se recibe a niños con alguna enfermedad o discapacidad a y sus familias, y se enseña a estas a cuidarlos», cuenta. La Covid, allí, recalca, ha sido algo salvaje.

Un vicariato confiado a los Pasionistas

El vicariato de Yurimaguas es solo uno de los más de mil territorios de misión que reciben ayuda de Infancia Misionera, una Jornada en la que el año pasado la Iglesia recaudó más de 12 millones de euros con los que financió 2.577 proyectos relacionados con los niños en todo el mundo. España, con más de 2,1 millones, fue el país que más contribuyó al fondo de solidaridad de la Santa Sede que distribuye las ayudas.

La evangelización del vicariato está encomendada a la Congregación de la Pasión. Pasionistas españoles han sido todos sus obispos hasta la fecha: Atanasio Celestino Jáuregui (1936-1957), Gregorio Elías Olazar (1960-1972), Miguel Irízar (1972-1989) y José Luis Astigarraga (1991-2016), vascos todos ellos. Religioso Pasionista es también el actual prelado, Jesús María Aristín Seco, de 68 años, este palentino.

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Jesús María Aristín, obispo del vicariato apostólico de Yurimaguas (Perú) / OMP.

En Yurimaguas trabajan también religiosos Salesianos (sobre todo en la zona norte, la más indígena) y Corazonistas. La presencia religiosa femenina más numerosa es de la las Carmelitas y Carmelitas Descalzas. Y hay también presencia de misioneros laicos que, como Jaime y su esposa, tratan de llevar a Jesús a los últimos, de palabra y obra, y de construir entre ellos el anunciado Reino de Dios.


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