Adoración Eucarística y Hora Santa: ¿en qué se diferencian?

Aunque ambos evocan la presencia real de Cristo en la Eucaristía, cada evento tiene su origen en momentos diferentes del Jueves Santo y se celebran con distintos propósitos

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No es raro confundir la Adoración Eucarística con la Hora Santa. El concepto es aparentemente el mismo: una custodia en la que se coloca la Sagrada Forma encima del altar de la iglesia para que los fieles puedan orar de forma más cercana a Cristo.

Por lo tanto, la confusión entre ambos términos es poco menos que habitual. Sin embargo, y aunque ambos encuentran sus raíces bíblicas en el Jueves Santo, ambos tienen distintos significados, guardando cada uno sus diferencias que la caracterizan del otro.

Adoración al Santísimo: Cristo vivo en la Eucaristía

La Adoración Eucarística tiene origen en los monasterios y conventos, y consiste en la adoración de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. El Jueves Santo recordamos las palabras que, en su día, dijo Jesús a sus discípulos durante la Última Cena: "Tomad, comed, esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre..." (Mt 26, 26-29).

Lejos de representar estas palabras un mero simbolismo, la Iglesia reconoce esta realidad ya desde el Concilio de Trento: "En el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del Pan y del Vino, se contiene verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles" (Trento 1551: Dz 874/1636).

Estando Cristo presente realmente en la Sagrada Forma, podemos adorarle y acercarnos a Él de una forma más especial en la adoración al Santísimo. Cristo se acerca de forma más física a nosotros para que dejemos que reine en nuestras vidas.

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Hora Santa: la hora de la Pasión

La Hora Santa, en cambio, se origina en la oración en el Huerto de los Olivos. Después de la Última Cena y justo antes de la Pasión, Jesús sale a las afueras de Jerusalén para orar en este sitio. Allí, Cristo clama con angustia al Padre: "Si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26,39).

En este momento en que Cristo siente todo el peso de los pecados del mundo, le pide a Pedro, Santiago y Juan que velen con Él: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt 26,36-46). Sin embargo, las tres veces que va Jesús a verlos, los encuentra dormidos.

La Hora Santa surge como una llamada que Jesús nos hace para velar con Él, dejarse amar por Él y corresponderlo reparando su Corazón, herido por los pecados del mundo. “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes (...) Al menos tú ámame" (Revelación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque).

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