Imanol Uribe, sobre la matanza de la UCA: «He procurado reproducir todo fielmente»

El director de «Llegaron de noche» dice que le gustaría que se hiciera justicia a los jesuitas en El Salvador, aunque no es muy optimista

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Imanol Uribe dice ser «muy respetuoso» con los creyentes, aunque él, pese a haber recibido una educación religiosa, no lo es. Lo cual no le ha impedido llevar al cine la historia del asesinato, en 1989, de los seis jesuitas de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» de San Salvador (UCA). Llegaron de noche, la película que se presenta esta noche en el festival de cine de Málaga, cuenta la historia de la muerte de Ignacio Ellacuría y del resto de compañeros desde la óptica de la única testigo de la masacre: una empleada de la limpieza llamada Lucía Barrera. El proyecto, muy personal, ha llevado al director de Días contados o El rey pasmado más de cinco años, cuando lo habitual es que los saque adelante en dos, a lo sumo tres. El resultado es un film sobrio y extraordinariamente fiel a los hechos.

—¿Qué es Llegaron de noche: la historia de Lucía o una película sobre el asesinato de los jesuitas?

—Ambas cosas. La historia del asesinato a través de la historia de la testigo. Quería contar esta historia porque tengo mucha vinculación con el tema, y hacerlo a través de la historia de la única testigo me parecía un buen vehículo para ello. No sabría separar una cosa de la otra.

—Se trata de un proyecto muy personal…

—Sí. Yo nací en el Salvador, viví allí hasta los 7 años. Luego, a partir de esa edad y hasta los 12, en los inviernos estudiaba interno en Tudela, y en los veranos volvía allá. También estudié en Bilbao y en Alicante, mi bachillerato de aquella época fue en los jesuitas. A Ellacuría lo conocí de forma totalmente accidental, en una conferencia que dio en Salamanca. Me lo presentó una sobrina suya.

—¿Cómo recuerda aquel 16 de noviembre de 1989?

—La matanza me impresionó muchísimo, quizá por haber estudiado con los jesuitas, quizá por haberlo conocido a él. Yo no había vuelto a El Salvador desde el año 62, pero el impacto fue terrible.

—¿Cómo surgió la idea de llevar el crimen al cine? ¿Es suya o es una propuesta de la Compañía de Jesús?

—No, la idea y el proyecto son míos. La chispa surgió al leer Noviembre, una novela estupenda del escritor salvadoreño Jorge Galán en la que aparece el personaje de Lucía. Se publicó hace seis años y en la presentación acompañamos al autor el teólogo Tamayo, Almudena Grandes y yo. En un principio habíamos pensado comprar los derechos, pero la novela abarca bastante más que la historia de Lucía —hacía referencia también al asesinato de monseñor Romero y a la historia de El Salvador— y decidimos no hacer una adaptación sino ir directamente a las fuentes. Empezamos a investigar y cuando ya estaba armado el guion y había tomado forma el proyecto, contactamos con los jesuitas en España para recabar su colaboración. Me parecía de sentido común tenerles al corriente de lo que estábamos haciendo. Se han portado muy bien. El proyecto me ha costado sacarlo adelante cinco años y medio.

—Estuvieron en la UCA...

—Sí, hablamos con Tojeira (provincial de la Compañía de Jesús en Centroamérica cuando ocurrieron los hechos) y localizamos los escenarios naturales. Y fuimos igualmente a California a hablar con Lucía y con su marido.

—¿En ningún momento barajaron la posibilidad de rodar en El Salvador?

—El rector de la UCA nos lo propuso, pero había dos razones de peso para no hacerlo. Una, fundamental, la seguridad: la falta de garantías para desplazarse con seguridad un equipo de ochenta o cien personas; y la otra, el tema de la película: la mayoría de los que participaron en aquella masacre están en la calle. El riesgo era enorme. Por otra parte, los escenarios ya no son como eran, pues ha pasado más de treinta años. Todo ello nos empujó a buscar una alternativa.

—Me ha sorprendido el perfeccionismo en los detalles.

—Hemos procurado reproducir todo fielmente, según la memoria que guardan las fuentes con las que hemos hablado: Lucía, su marido Jorge, Tojeira… Cuando terminamos y le pasamos la película a Lucía para que la visionara, se pensaba que la habíamos rodado en el lugar en el que pasaron los hechos.

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—¿Cómo recibió Lucía Barrera la idea de hacer una película sobre su historia?

—Con mucha emoción. Se echaba a llorar a lágrima viva a menudo, sobre todo cuando le preguntábamos por detalles de la historia. Para ella fue una especie de catarsis. Creo que había contado muy pocas veces lo que vivió, que se lo había guardado muy dentro. En la colonia de salvadoreños con los que se relaciona en Estados Unidos nunca había sacado este tema.

—¿Lucía se llama realmente Lucía?

—Sí. Y vive en California, en un pueblo que no quiere que mencionemos. A estas alturas todavía tiene miedo. Me llamó la atención.

—¿No ha cambiado de identidad?

—No. Vive con su identidad.

—¿Qué hay de ficción y de realidad en su historia? Lo pregunto porque el cine tiene su propio lenguaje, su narrativa…

—No ha habido que inventarse prácticamente nada, porque la historia es de por sí lo suficientemente potente. (…) Las únicas modificaciones que recuerde que hemos hecho es que algunos hechos que adjudicamos al Padre Tojeira los habían realizado varios jesuitas, y los hemos unificado en Tojeira para dar más entidad a ese personaje. Y luego, que el personaje de la niña, la hija de Lucía, en el momento de los hechos era un poco más mayor, tenía unos tres años. En la peli tiene año y medio: se trata de la hija del actor que interpreta al marido de Lucía. El rodaje con otro niño habría sido de una dificultad extrema, mientras que al hacerlo con su padre lo facilitó. De ahí lo de rebajar la edad de la niña, algo que, por otra parte, no influye en la historia.

—¿El Padre Tipton también es un personaje real?

—Sí, todos los personajes son reales: el Padre Tipton, los embajadores... El agente de la CIA Chidesen, por ejemplo, murió el año pasado. El Padre Tipton falleció hace ya algunos años.

—En ningún momento mencionan ustedes al Padre Jon Sobrino…

—Cuando se produjo la matanza, Sobrino no estaba allí, creo recordar que estaba por Asia dando unas charlas. Cuando estuvimos en la UCA no pudimos hablar con él. Tanto Tojeira como los jesuitas de allí nos dijeron que mejor no le perturbáramos, porque estaba enfermo, bastante malito.

—Cuando lo mataron, Ellacuría acababa de regresar de España de recibir un premio, ¿verdad?

—Sí, había vuelto el día anterior.

—¿Se les hará justicia algún día a esos jesuitas en El Salvador?

—Ya me gustaría, pero no tiene pinta… aunque se acaba de reabrir el caso. A Montano [excoronel salvadoreño] lo condenaron en España el año pasado, pero el resto de los altos mandos que participaron en las muertes se han ido todos de rositas. Ojalá me equivoque, pero no soy muy optimista. Aunque me gustaría.

—Han pasado muchos años. ¿Usted cree que la gente conoce hoy a Ellacuría y su labor en la UCA?

—La gente joven probablemente no. A mí, cuando me preguntaban estos años en qué estaba trabajando y les hablaba de esta película, había personas que me decían «ah, lo de El Salvador», y otras, en cambio, no tenían ni idea y había que explicarles lo que sucedió. La gente joven que no vivió esto en su momento, desde luego, lo desconoce.

—Hoy abunda el cine de superhéroes y efectos especiales. Esta peli, sin embargo, tiene un trasfondo social protagonizado por religiosos. Hace unos años tuvo también un éxito inesperado otra película: De dioses y hombres, sobre los monjes de un monasterio en Argelia…. ¿Qué pasa, están de moda los mártires?

—No, no creo. ¡Ojalá! No me importaría nada. Como dices, hoy día prima este tipo de cine. En este sentido, esta es una película contracorriente.

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