Hay veces en las que una se siente particularmente orgullosa de ser católica, y esta semana en la que ha muerto un católico y otro ha sido herido ha sido una de esas. Porque por un lado hemos asistido al testimonio de varias personas, y en particular la del sacristán Diego asesinado en la parroquia de “La Palma” de Algeciras, cuya vida ha sido un testimonio de amor y de servicio.
Han atendido en Cáritas, por ejemplo, las necesidades de tantos colectivos desfavorecidos, también de identidad musulmana, y que han visto cómo el odio acababa con sus existencias. En su camino han dado una muestra de martirio y de capacidad de abrazo. Y por otro lado, porque nuestros obispos, nuestras comunidades cristianas y nuestras parroquias han respondido con la mano tendida diciendo que no hay que echar leña al fuego.
Que no se puede demonizar a un colectivo por el hecho de que algunas personas hayan utilizado erróneamente la religión como un gesto de odio. Insisto, creo que Europa se ha edificado y se ha configurado desde esta capacidad de amor, desde esta mano tendida y creo que una vez más la comunidad cristiana, con Francisco al frente, ha dado una muestra de dignidad y de capacidad de paz.